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A varias horas de navegar, el bote finalmente arribó en la orilla de la Isla Bloodsworth.
Michonne abrió la esposa que apresaba a Virgil al barco y puso sus pies sobre tierra al igual que Carl,quien con su vista inspeccionaba su entorno.
—Vamos. La familia está aquí.— Virgil comenzó a caminar.
— ¿Y las municiones?— Carl preguntó de inmediato.
—Todo está tierra adentro.—se limitó a contestar el nativo de esa isla, y los extranjeros tuvieron que seguirlo sin otra opción.
Alrededor de unos minutos, cruzando el bosque, se hallaron en un enorme campo abierto y una pequeña hectárea con diferentes tipos de hierbas cultivadas.
Apenas estuvieron cerca, Virgil se inclinó frente aquellas plantas y cortó entretenidamente algunas flores.
—Necesitamos volver. — le recordó Michonne, sin encontrar la necesidad de cortar la flora.— ¿Falta mucho?—
—A mi esposa no le gustará que llegue con las manos vacías.—se justificó Virgil.
— Santo cielo.— bufó ella, dándole una efímera mirada a Carl que tan solo significó una cosa; alerta.
—Este jardín es su tesoro.— contó el oriundo de la Isla.— Hay hierbas y tés para todo. Dolor, nervios, para dormir.—
—¿Qué tal para la concentración y la velocidad?— siguió espetando ella.
—Esos susurradores sí que logran alterarlos.— rió sutilmente el moreno.
—Hay muchas vidas en juego.— recalcó Carl.— ¿Dónde están los depósitos de municiones que dijiste?— insistió con el tema y señaló unos galpones no muy lejos de su ubicación — ¿Aquel es uno?—
—No, es un viejo laboratorio. Tiene daño estructural. Mejor no acercarse. —advirtió. Habiendo formando un bonito ramillete de flores salió del cantero y tomó su mochila para retomar el paso.— A veces entran animales salvajes.—
Siguieron avanzando y Michonne se detuvo por un segundo frente a un cartel pegado a una valla, rodeando un edificio más grande que el que había visto.
ÁREA RESTRINGIDA ARTILLERÍA SIN DETONAR
Al rodar dicho edificio, ambos extraños en aquel territorio se toparon con un gran patio. Allí habían mesas y sillas, además de algunos objetos, incluyendo un par de bicicletas y un viejo caddy de golf.
—Judith, R.J y Nilo se volverían locos aquí.— acotó Carl, con una pequeña sonrisa al imaginar a esos tres en lugar así.
—Mi niño cree que tal vez los navegantes dejaron un tesoro enterrado en los silos de cereales.— contó Virgil.—Nos cuesta evitar que se trepe y salte adentro.—
