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Las velas encendidas en el centro de la mesa iluminaban la cena lista para servir.
Los Dixon y los Grimes yacían ocupando los asientos, no obstante sobraban dos lugares a la espera de sus dueñas; Carol y Neferet.
Aunque una de ellas no está a dispuesta a faltar.
La pelinaranja entró dando saltitos, tareando las canciones del circo mientras le daba vuelta a las mesas.
Su cabello estaba lleno de dientes de León y ella se los entregaba a los menores como una clase de ofrenda o regalo.
—Alguien está de muy buen humor. —acotó Michonne, riendo por su actitud al igual que los niños, incluso a Daryl le había alegrado el hecho de que estuviera tan activa.
—Es que me enteré... —decidió darle misterio a su chisme mientras se posaba detrás de la silla de R. J. —Que un muy atractivo muchacho me invitó a cenar. —
Daryl se atragantó con un trozo de tomate y controló su tos lo más que pudo mientras tomaba agua.
—¿Si? —Michonne le siguió el juego.—¿Cómo es él? —
—Tiene la piel morena, un cabello muy suave, unos ojos que me vuelven loca...—rodeó al niño por el cuello y este rió avergonzado, mirando a Michonne.— y unos cachetes súper apretables. —gruñó divertida mientras pellizcaba sus mejillas con suavidad.
Y la cena luego de eso transcurrió con normalidad y una que otra broma de por medio.
Aunque Neferet se sentía que alguien faltaba allí, aunque esta, sin embargo, se hallaba en muy buena compañia.
—Entonces, si encuentro la Osa Mayor, puedo hallar las demás constelaciones. —dedujo Lydia, sentada junto a Carl frente al lago de Alexandria.
—Si, y si miras bien... —señaló al cielo, donde las estrellas brillaban en su todo esplendor gracias a la oscuridad del hemisferio sin una gota de contaminación lumínica. —Al sur, tienes la constelación del León Menor y más abajo, de Leo. —
Lydia sonrió, abrazando sus rodillas. Era lindo aprender ese tipo de cosas, que si bien no eran necesarias más que para guiarse, las disfrutaba bastante.
Los grillos hicieron su típico ruido mientras ellos se fundieron con el silencio.
La azabache volteó hacia su acompañante ojiazul. Este estaba tan concentrado en el cielo nocturno que no se había percatado de la mirada que recaía sobre su cuerpo. Pero ella solo pudo concentrarse en su parche y sintió curiosidad por lo que había detrás.
Siguiendo sus instintos guió su mano hacia ese trozo de cuero que lo cubría y Carl se exaltó un poco al sentir su frío tacto.
—¿Qué haces? —preguntó, y pudo sentir que sus pálpitos se traducían a nervios.
