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Esa mañana, las puertas de Alexandria se abrieron y los guardias apuntaron con sus lanzas y flechas a la susurradora que había arribado en su puerta.
Mary suspiró nerviosa al verse rodeada en el umbral de la comunidad. Gabriel no le había quitado la vista desde entonces y Rosita llegó al poco tiempo al igual que Laura. Era obvio por sus miradas latentes que querían asesinarla ahí mismo. Y es que la muerte de Siddiq aún era muy reciente al igual que confianza que podrían haberle brindado en otras circunstancias.
La surradora, demostrando no tener intenciones de hacer daño, retiró su mascara con lentitud.
Sus ojos claros, piel blanca y cabello rojizo quedaron al descubierto y ella, totalmente expuesta.
—Yo soy la que conoce a Aaron...— intentó explicar.
—Sabemos quién eres.— afirmó el Jefe de Consejo.
—Las personas que enviaron están en problemas.—proclamó entonces, no teniendo más que explicar de su identidad.— Atrapados en una cueva donde Alpha metió a su horda. Tal vez aún estén allí, o tal vez ya salieron. No lo sé...—
—¿La horda no estaba en un campo?—él espetó sarcástico.
—Sí.—
—¿Ahora está en una cueva?—ironizó.
—Ella la movió.—tragó saliva, comprendía que su versión se veía muy conveniente y a su favor.
—¿Toda la horda? ¿Justo antes de que ellos llegaran?—mantuvo su tono y Mary suspiró con cansancio.
—Solo les digo lo que pasó.—
—No estoy seguro.—
—Intento ayudar.—se vio más segura al decir aquello.
—¿Por qué?— Rosita preguntó esta vez, y la susurradora miró al suelo con pesadez.
—La bebé que dejaron en la Cumbre, Alanna... es mi sobrina.—reveló.— Y haría cualquier cosa por volver a verla.—
—¿Dónde está la mamá del bebé?— cuestionó Gabriel.
Mary se mantuvo en silencio unos segundos y sus pupilas se desviaron hacia otra dirección, como si estuviera recordando algún suceso.
