I. El espíritu milenario

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—¡Retrocede, Amunet! —exclamó la varonil voz de un joven cuyo rostro estaba cubierto por las sombras.

Una enorme bestia negra, de brillantes ojos rojos y perturbador de ver lanzó un ataque contra una hermosa chica de cabello castaño oscuro ondulado, la cual fue apartada de su trayectoria por el joven de rostro borroso. Ella lo miró con amor mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. El collar en forma de pirámide invertida que colgaba del cuello de él y el pecho de ella emitieron unas luminosidades muy similares que se entrelazaron entre sí. Aún estando entre sus brazos, ella solo pudo percibir una sonrisa melancólica formándose en los labios del muchacho.

—Este es el fin. Hagámoslo —susurró él, a lo cual ella asintió con gesto convencido—. Te amo, Amunet.

Y yo te amo a ti...

Los ojos de color azul marino se abrieron de golpe, y la joven de cabello castaño oscuro se incorporó de un salto en su cama, con la frente cubierta de sudor y la respiración agitada. Era la tercera noche en la que el mismo sueño la acosaba. Aunque no era propiamente una pesadilla, debía admitir que le perturbaba un poco. Al  fijarse en el reloj digital que reposaba sobre su mesita de noche, se percató de que eran las dos y media de la madrugada. Se levantó exhalando un suspiro y abrió la ventana que se encontraba frente a su lecho, permitiendo que la fresca brisa nocturna jugueteara con las ondas de su larga cabellera, que rozaba su cintura. Junto al reloj digital, un teléfono inalámbrico emitió un pitido para anunciar que un nuevo mensaje había entrado más temprano esa noche. Frunciendo el ceño, la joven presionó un botón del teléfono para escuchar el mensaje.

Hija, mañana organizaremos una cena familiar para celebrar tu cumpleaños número 15. Sé que no quieres vernos, pero... siempre te consideraremos nuestra hija —dijo una voz femenina cargada de melancolía.

Un torrente de odio se formó en el ánimo de la chica al reconocer la voz de quien había dejado el mensaje. Se trataba de sus padres adoptivos, los mismos que se habían aprovechado de la inocencia de sus nueve años para separarla a la fuerza de sus dos hermanos mientras vivía en el orfanato. Por su culpa, jamás los había vuelto a ver pese a su deseo de hacerlo, por lo cual les había jurado un odio eterno a las personas responsables de arrancarla del lado de su única familia real. Mientras recorría de arriba a abajo su pequeño departamento en un intento de calmar su ira, escuchó una voz muy dulce y cálida que la dejó clavada en su sitio.

Akemi... Akemi...

—¡¿Quién eres?! ¡¿Quién anda ahí?! —gritó asustada la joven, temblando como una hoja.

De repente, una luz dorada brilló en su pecho, del cual surgió la imagen traslúcida de una bella mujer muy similar a ella, pero con rasgos faciales más maduros, cabello que la cubría hasta los tobillos, cuerpo delicado, piel morena y unos ojos más estrechos con abundancia de pestañas que reflejaban serenidad y dulzura.

Lamento haberte asustado, Akemi. Mi nombre es Amunet y soy una sacerdotisa del gran dios Ra cuyo espíritu quedó atrapado hace 5000 años en la Diadema Milenaria que está fusionada con tu alma —se presentó la misteriosa mujer con voz suave—. Sé que todo esto es muy difícil de asimilar, pero fuiste elegida por la Diadema como su nueva anfitriona y portadora desde tu nacimiento. He estado esperando el momento adecuado para decírtelo, pequeña.

—¡Un fantasma! ¡Un fantasma milenario me habla! —chilló Akemi, retrocediendo hasta caer de sentón sobre la cama con los ojos muy abiertos y fijos en Amunet, quien se limitó a soltar una risita discreta.

—Esa es una curiosa reacción —señaló con una sonrisa—. Siempre has sido una chica muy especial, Akemi.

La aludida registró en su mente lo dicho por el espíritu. Nunca se consideró alguien especial, pese a poseer algunos rasgos que ciertamente la harían ver como una chica, cuando menos, singular. Desde que era una niña, jamás recordaba haberse enfermado y todas sus heridas sanaban rápidamente. También contaba con una inusual fuerza física que le había proporcionado un cuerpo algo tonificado. Observó durante algunos segundos la expresión benevolente del espíritu femenino ante ella y todo su desconcierto se desvaneció.

—¿Qué quieres de mí, Amunet? —cuestionó de repente, tomando por sorpresa al espíritu—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy buscando a alguien —respondió Amunet con un tinte rosáceo en las mejillas.

—Qué coincidencia, yo también busco a alguien. Quiero encontrar a mis hermanos —indicó Akemi al tiempo que encendía la lámpara de su segunda mesita de noche—. Podríamos ayudarnos la una a la otra. ¿A quién buscas tú, Amunet?

—No estoy segura. Hay muchas cosas de mi pasado que no consigo recordar...

—Pero tendrás alguna pista, ¿no?

—Creo que todo está relacionado en ese juego que está tan de moda.

—¿El Duelo de Monstruos?

—Sí. Siento que tengo una profunda conexión con ese juego.

—Pues, ¿qué mejor que preguntarle al mismísimo creador del juego? Además, creo entender que eres egipcia y, según sé, Pegasus ha estudiado la antigua cultura egipcia.

—Algo me dice que tu idea es acertada, Akemi.

—¡Manos a la obra, entonces!

Sin pensarlo más, Akemi se sentó frente a su ordenador y comenzó a escribir un correo con destino a la Empresa Ilusiones Industriales.




*




El chico de zigzagueantes mechones dorados y cabello peinado en picos negros con bordes púrpuras abordó el crucero con el corazón lleno de esperanzas. Mientras miraba cómo las últimas personas subían al navío apoyado en la barandilla de la popa, exhaló un suspiro melancólico. Sabía que debía rescatar el alma de su abuelo, pero... ¿Qué le depararía el destino? ¿Qué era lo que Pegasus quería de él? Cuando la nave marítima se puso en movimiento, decidió volver a su interior e intentar reposar en el camarote que le habían asignado. En su camino hacia este, su menudo cuerpo tropezó con algo que lo hizo caer de sentón al suelo. Alzó la vista aturdido, solo para encontrarse con que ese "algo" era más bien un "alguien".

—¡Ay, lo siento mucho, chico! —exclamó apenada una joven de mirada tan angelical, que lo hizo sonrojar—. No te vi.

—Claro, con ese tamaño es imposible que lo vieses, linda —comentó con una sonrisa burlona un hombre fornido vestido de negro, que llevaba un buen rato tratando de coquetear con ella sin éxito.

—¡¿Y tú por qué te entrometes, acosador?! —reclamó la chica con expresión furibunda, propinándole un codazo en el estómago al tipo que lo dejó sin aire; luego, con gesto amable, le tendió la mano al chico caído, quien la miraba con timidez y temor entremezclados—. Lo siento, chico, no me refería a eso. ¿Estás bien? 

—No se preocupe, señorita, no me he hecho daño —respondió el pequeño joven, aceptando con cierta reticencia la mano amiga de la muchacha—. ¿Ha venido a participar en el torneo?

—En realidad, no. Le pedí una reunión a Pegasus por un asunto personal y él aceptó recibirme. Tú sí tienes pinta de ser duelista.

El chico sonrió de un modo tan tierno como tímido y llevó una mano hacia sus cabellos.

—Así es. Estoy aquí para participar en el torneo.

—Pues te deseo mucha suerte, niño ---Ella sonrió con ánimo y le guiñó un ojo—. Mi nombre es Akemi Matsumoto y espero que podamos ser amigos.

—Yo soy Yūgi Mutō y me encantaría ser tu amigo.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora