XX. Cayendo en la oscuridad

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Tras tranquilizar a Rebeca, quien había presenciado el secuestro de su abuelo, Yūgi planeó ir al encuentro de su retador.

Yami estaba a punto de subir al caballo que Rebeca había puesto a su disposición, cuando sintió una dulce presencia justo detrás de él. En ese instante, sus ojos fueron cubiertos por un par de fragantes y delicadas manos.

—¿Quién soy? —preguntó una vocecita melodiosa que le sacó una sonrisa al faraón.

—Reconocería tus sedosas manos en cualquier parte y época, mi preciosa Amun —contestó el rey egipcio, colocando sus manos sobre las ajenas y separándolas suavemente de su rostro para voltearse hacia ella.

—Iré contigo —afirmó la sacerdotisa y, ante la expresión de él, añadió—: No intentes detenerme. Hemos estado separados durante 5000 años, Yami. No quiero estar ni un segundo lejos de ti mientras pueda permanecer a tu lado.

—Solo prométeme que tendrás cuidado —aceptó el faraón, llevando una mano hacia los largos cabellos ahora trenzados de la joven y deslizando sus dedos entre los mechones—. No sabemos lo que planean los hombres de Dartz.

Amunet no pudo evitar hacer un leve gesto de disgusto al ver lo que colgaba del cuello de su amado.

—Esa piedra otra vez —murmuró con molestia en su tono.

—Yūgi se la pidió a Rebeca. Piensa que podría sernos de ayuda.

Amunet recordó que era cierto.

—Sí, tal vez tengas razón.

—¿Qué hay de la piedra que te dio la Maga Oscura? Tal vez deberíamos habérsela dado al profesor para que investigara un poco sobre ella.

—No, la Maga Oscura me pidió que la guardase con cuidado —Sacó el colgante con la piedra que tenía alrededor del cuello, pero oculta en el interior de la parte delantera de su vestido blanco—. Me gustaría saber para qué sirve.

Como si quisiera dar respuestas a sus dudas, la roca emitió un brillo de oro al mismo tiempo que la piedra que portaba Yami también resplandecía en un tono turquesa. Ambas luces chocaron entre sí, causando que una fuerza desconocida hiciera retroceder a los dos espíritus milenarios en direcciones opuestas. La pareja egipcia antigua se tambaleó mientras sus ojos se ensanchaban por el asombro.

—¿Viste eso, Yami? —indagó de forma retórica la sacerdotisa.

—Sí, parece que ambas piedras se repelieron —confirmó el faraón.

—¿Qué significa eso? ¿Acaso la piedra que tengo es la opuesta de la que traes tú?

—Es posible. Creo que la única forma de obtener respuestas es acudiendo a ese duelo al que me retaron.

—Tienes razón.

—¡En marcha!

El faraón montó en el noble animal y ofreció la mano a Amunet para ayudarla a subir a la cabalgadura. Ella se posicionó detrás de él, sujetándose a su cuerpo. El antiguo rey pensó que, aunque el destino hacia el que se dirigían no era agradable, disfrutaría al máximo de la calidez que ella emanaba. Ambos aprovecharon el contacto entre sus cuerpos en silencio, hasta que arribaron al lugar al cual se dirigían: el Valle de la Muerte. El faraón se lanzó del caballo con agilidad y ayudó a la sacerdotisa a bajar. Su contrincante los aguardaba al otro lado de un puente.

—Esto no se ve muy firme —comentó Amunet con inseguridad mientras lo cruzaban, aferrándose a su compañero.

—No me digas que le tienes miedo a un puente, Amun —dijo el faraón con una ligera risa burlona.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora