XXVI. Recuerdos, fuego, pasión

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-Parece que mi siguiente premio acaba de llegar -expresó Bakura con total cinismo, señalando a la confundida sacerdotisa con el pulgar.

-¡No pondrás un dedo sobre ella! -gruñó el joven rey, crispando los puños desde su trono de oro.

-¿Qué te tomaba tanto tiempo, Amunet? -requirió un anciano de barba blanca que portaba el Ojo del Milenio-. ¡Estamos en serias dificultades y tú llegas tarde!

-Lo importante es que mi hermana está aquí, maestro Aknadin -la defendió un joven de ojos azules a quien Amunet reconoció sin demora.

«¡Seth!»

-No la culpen, nuestra querida sacerdotisa tiene algunas lagunas en su memoria -se mofó abiertamente Bakura.

-Amunet, ¿conoces a este truhán? -indagó Seth con voz severa.

-Me gustaría poder decirte que no, hermano -contestó la sacerdotisa, exhalando un suspiro de exasperación.

-Así es. Probablemente no lo recuerdes, pero tú y yo nos conocemos bien -reveló Bakura, al tiempo que mostraba un collar con un colgante de oro ante los ojos de la joven-. ¿Reconoces esto?

-¿Mmh? -Ella se cruzó de brazos y arqueó una ceja-. No tengo ni la menor idea de lo que es.

-Creo que tendré que refrescarte la memoria, Amun.

-No me llames así.

-Te contaré una pequeña historia acerca de cómo nos conocimos. Fue hace tres años, cuando acababas de convertirte en sacerdotisa de Ra...

En medio de una calle concurrida, un joven fue arrojado de forma violenta al suelo. El chico tenía un aspecto salvaje, pero era bien parecido a pesar de los múltiples golpes que se veían por todo su cuerpo ensangrentado.

-¡Este es el miserable ladrón que ha estado robando nuestra comida! -gritó el enfurecido hombre que lo había tirado contra el suelo-. ¡Le he dado su castigo, pero no es suficiente! ¡Vamos a lincharlo!

La multitud enardecida apoyó la idea a gritos, hasta que una jovencita bien vestida y muy hermosa se abrió paso entre ellos.

-¡Ya basta! -exclamó con firmeza la muchacha; todos se apartaron al ver los símbolos de Ra en su vestimenta, reconociendo en ella a la sacerdotisa de ese dios supremo-. ¡Este pobre chico se ha visto forzado a incurrir en el robo para alimentarse! ¡Debería avergonzarse por su poca piedad hacia los demás; los dioses no lo favorecerán de ese modo! -Se acercó al muchacho y se inclinó hacia él, sonriéndole con amabilidad-. Tranquilo, estás a salvo ahora.

El avergonzado hombre se retiró, y la multitud hizo lo mismo. Aturdido por los golpes, el joven tardó en manifestar alguna clase de reacción hasta que ella comenzó a usar sus poderes para curarle las heridas. Lo primero que percibió fue el precioso rostro de su salvadora. Jamás había visto a una mujer tan hermosa. Desde ese momento, se propuso tenerla para él. Con el paso del tiempo, ese deseo se convertiría en una obsesión.

-Gracias por tu ayuda -dijo aquel joven de singular cabello blanco, una vez recuperado de sus heridas.

-De nada. Toma esto -Ella se quitó un collar que traía y se lo ofreció con una sonrisa-. Si lo vendes, podrás comer sin necesidad de robarte nada durante un buen tiempo -Él tomó la valiosa prenda con gesto titubeante-. ¿Cómo te llamas?

-Bakura.

-No recuerdo nada de eso -expuso Amunet con mayor confusión.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora