XXIV. La ciudad perdida y el monstruo renacido

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La figura de una isla rodeada de siniestras nubes de tormenta se perfiló ante el helicóptero de Kaiba. Nada más aterrizar, se adentraron en el santuario de aspecto antiguo, en cuyo centro los esperaba Dartz.

—¡Hagamos esto, Dartz! —exclamó Seto, activando su disco de duelo.

—Antes de comenzar, respóndeme una cosa —dijo el faraón, haciendo lo mismo—. ¿Dónde está Amunet?

Como si hubiese estado esperando esa pregunta, la sacerdotisa apareció tras una de las aberturas de piedra que rodeaban el lugar. Un brillo de felicidad se instauró en los ojos del antiguo soberano egipcio al verla. Sin embargo, fue Akemi la primera en reaccionar.

—¡Amiga! —exclamó con una sonrisa—. ¿Te encuentras bien?

—Hola, Akemi —saludó Amunet con una expresión suave, pero algo triste—. Sí, estoy bien.

—Amun, lo lamento mucho... —comenzó a decir el faraón, mas ella alzó una mano para indicarle que se callara.

—Ahórrate esas palabras, Yami —dijo con el tono de voz más duro que recordaran haberle escuchado—. Tus disculpas no cambiarán lo que pasó.

El corazón del antiguo rey se congeló al escuchar tan tajantes palabras. Experimentó la misma sensación de vacío que sintió cuando ella se sacrificó por él. ¿Realmente lo estaba abandonando? La expresión de Yami se paralizó, como si hubiera sido tallada en piedra.

—Dame la oportunidad de explicarme, Amunet... —alcanzó a balbucear.

—Ya la escuchaste, faraón —interrumpió Dartz, extendiendo una mano hacia ella—. Tus excusas no te servirán de nada. Amun ya no volverá a ser engañada por ti —Él apretó los dientes, sintiendo una punzada en el estómago cuando el rey atlante llamó a la sacerdotisa con el cariñoso apodo que solo él le decía—. ¿No es así, mi amor?

—Así es —afirmó Amunet, tomando la mano que le ofrecían.

El corazón del faraón se hizo añicos y cayó a sus pies. Su mirada rota de dolor lo expresaba todo. Los demás solo observaron a la sacerdotisa con asombro, en especial Akemi.

—¡¿Qué significa esto, Amunet?! —casi gritó la muchacha.

—Lo que ves, Akemi —respondió la sacerdotisa, mas usó su conexión mental con ella para continuar su conversación en privado—. Necesito la piedra que te di, querida amiga. He descubierto que es la clave para derrotar a los poderes oscuros del Oricalcos.

—¿Hablas en serio? —cuestionó mentalmente Akemi, arqueando una ceja por la sorpresa—. ¿Puedo confiar en ti?

—Siempre, Akemi.

Ella sonrió confiadamente.

—Está bien.

Akemi se quitó el colgante con la piedra ambarina que llevaba alrededor del cuello y la arrojó disimuladamente hacia la sacerdotisa, que la atrapó al vuelo sin que nadie lo notase.

—Deja de soñar despierto, Yūgi —le llamó la atención Seto con expresión dura—. Esa chica que se parece a mi hermana, solo que más linda —Akemi lo fulminó con la mirada—, y que, al parecer, es tu novia, seguramente está bajo el control de ese lunático de Dartz. Si lo derrotamos en este duelo, podrás hablar con ella y hacerle abrir los ojos.

—Kaiba tiene razón, faraón —habló Yūgi a su álter ego—. Si derrotamos a Dartz, podremos llegar hasta la sacerdotisa.

El faraón pareció reaccionar finalmente ante esas palabras. Borró el dolor plasmado en sus facciones y le dio inicio al duelo. Mientras todos estaban entretenidos con la batalla, Amunet se deslizó sigilosamente hacia las profundidades del santuario, dedicándose a restaurar como podía el altar de piedra que allí se encontraba.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora