XVIII. El despertar de los dragones

66 6 3
                                    

Podría haber sido una mañana completamente normal para Yūgi, Akemi y el resto de la pandilla, quienes paseaban con relativa tranquilidad por las calles de la urbanizada ciudad de Dominó; de no ser porque todos venían comentando acerca de la extraña y repentina aparición de monstruos de duelo reales alrededor de todo el mundo.

—Estoy segura de que los discos de duelo de mi hermano no son responsables de esto —afirmó Akemi con el ceño fruncido—. Yo misma verifiqué todos los diseños.

—Si tú lo dices, yo te creo —aseguró Joey, abriendo los brazos y levantándolos de forma relajada.

—De todos modos, la situación es muy preocupante —agregó Yūgi con la cabeza baja, expresando lo alarmado que estaba—. Tengo un mal presentimiento sobre esto.

En ese instante, una niña de pelo rubio y ojos azules cubiertos por lentes corrió hacia ellos, más específicamente hacia Yūgi, abrazándolo y afirmando ser su novia para molestia de Tea.

—¿Quién es esta niña? —cuestionó Akemi de manera curiosa, alzando una ceja y apuntando su pulgar en dirección a la menor.

—Ella es... —trató de explicar Yūgi, mas fue interrumpido.

—Soy Rebeca Hawkins, campeona americana de Duelo de Monstruos y una genio —se presentó con una pose prepotente la niña rubia, sacando el pecho henchido y alzándose todo lo que su corta estatura le permitía mientras se señalaba a sí misma.

—Y muy modesta, además —agregó Akemi con gesto de fastidio.

—¡No necesito serlo! —ripostó Rebeca, golpeando el suelo con su pie—. Y sé quién eres tú, Akemi Kaiba, la hermana perdida de Seto Kaiba y responsable de los cutres diseños de la Corporación Kaiba.

—¡¿"Cutres"?! ¡¿Acabas de llamar "cutres" a mis diseños?! —explotó Akemi, rodeada de un aura ígnea tan mortífera, que todos retrocedieron encogiéndose sobre sí mismos—. ¡No sabes con quién te metes, mocosa! ¡Nadie ofende mis diseños y vive para contarlo!

—Ay, sí, qué miedo —se burló Rebeca, sacándole la lengua.

—¡Ya verás, niña malcriada!

—Cálmate, Akemi —interfirió Yūgi, intentando evitar que la diseñadora se abalanzase sobre la niña rubia con intenciones asesinas.

—¡Menuda novia te has buscado, Yū!

El mencionado se sonrojó mientras Joey detenía a Akemi por un brazo.

—Tranquila, no puedes perder la cabeza con alguien que es más pequeña e inmadura que tú —observó el rubio.

—Tienes toda la razón, Joey —aceptó la chica, recobrando su compostura tan rápido como la había perdido.

—Bueno, Rebeca, salúdame al profesor —se despidió Yūgi.

—Adiós, Yūgi —dijo la chiquilla rubia con coquetería, para luego marcharse.

Poco después, un presentimiento provocó que tanto el faraón como Amunet hicieran acto de presencia y dirigieran sus pasos hacia el museo, siendo seguidos por sus amigos. Una vez ante la lápida de piedra con los grabados de la antigua batalla del faraón, el rey sin nombre alzó las cartas de los tres Dioses Egipcios frente a la tabla, causando que esta y el Rompecabezas Milenario brillaran. El asombro que ya sentían todos solo aumentó cuando, de la nada, cristales de hielo comenzaron a extenderse por toda la superficie de la losa hasta cubrirla por completo. Ambos brillos se apagaron por completo y Amunet se llevó una mano al pecho con un gesto de sobrecogimiento.

—¿Sentiste eso, Yami? —indagó en voz baja la sacerdotisa.

—Sí, no es nada bueno —contestó el faraón, tomándola de la mano para transmitirle un poco de tranquilidad—. Creo que no recuperaremos nuestras memorias tan fácilmente.







Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora