VIII. Una cita y un torneo

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Luego de rescatar a Seto Kaiba de su propio mundo virtual, donde los traicioneros Cinco Grandes lo habían encerrado, y de que Yūgi venciese en su propio juego –Monstruos del Calabozo– a un arrogante llamado Duke Devlin, quien había humillado a Joey y trató de hacer lo mismo con el Rey de los Juegos –aunque habían terminado por amistarse con él–, la vida de Akemi transitaba hacia la completa normalidad. Claro está que, en el transcurso de aquellas aventuras, se había visto obligada a darles una paliza a las molestas animadoras de Duke. Sin embargo, ahora que su hermano había hecho los trámites para incluir el apellido Kaiba en su nombre y legitimar sus derechos sobre la empresa, estaba más ocupada de lo que hubiera podido desear. Su talento como diseñadora fue muy bien recibido por los socios de la empresa, razón por la cual ahora se encontraba sentada ante una montaña de papeles para diseñar nuevos proyectos de realidad virtual; entre ellos, el nuevo diseño del disco de duelo creado por su hermano. Tales ocupaciones la habían mantenido alejada de sus amigos durante casi una semana. No obstante, una llamada vendría a trastocar su rutina mañanera.

—¿Diga? —repuso apenas tomó el auricular.

¡Akemi! ¡Menos mal que contestaste!

La chica identificó la voz femenina, en la que se fundían la angustia y la preocupación.

—Oh, hola, Tea. ¿Sucede algo?

¡Yūgi está en el hospital!

Akemi se levantó de golpe, casi dejando caer el teléfono en el proceso.

—¡No puede ser! ¡¿Qué le pasó?!

No te preocupes, ahora está bien. ¿Podrías venir a verlo?

—¡No tienes que preguntarlo! ¡Solo dame la dirección y estaré ahí en diez minutos!

Tea le dio el nombre del hospital y Akemi salió a toda prisa de la oficina, tomando solo las llaves de su auto. Mientras abordaba el vehículo en el estacionamiento, su hermano mayor alcanzó a verla y frunció el ceño con molestia.

—¿Adónde crees que vas, Akemi? Tienes trabajo que hacer, necesito esos diseños para mañana —le increpó.

—Tus tontos dibujos pueden esperar. ¡Mis amigos me necesitan! —exclamó Akemi mientras arrancaba el auto y se marchaba, dejando a Seto con la palabra en la boca.

No tardó en llegar al hospital y localizar a sus amigos, quienes la condujeron sin demora a la habitación en la que reposaba Yūgi. Sus sentidos se inundaron de alivio al ver que el joven no estaba herido.

—¿Qué fue lo que pasó, chicos? —cuestionó.

—Bueno, para hacerte corto el cuento, según sé, el Bandido Keith fue controlado por un loco y robó el Rompecabezas Milenario de Yūgi —tomó la palabra Joey.

—¿Controlado? ¿Qué quieres decir con eso? —inquirió Akemi, alzando una ceja.

—Al parecer, la mente del Bandido Keith estaba siendo controlada por alguien más con la ayuda de un Artículo del Milenio —aclaró Yūgi, colocando una mano sobre su Rompecabezas—. Me retó a un duelo y, cuando no pudo ganar, hizo pedazos mi Rompecabezas. Como ves, logré componerlo una vez más.

—No olvides que casi mueres en el incendio que se desató después —señaló Tea, causando consternación en Akemi.

—Sí, Joey y yo tuvimos que entrar y sacarlo de allí —agregó Tristán con seriedad.

—Ustedes son unos héroes, chicos —expresó Akemi con ternura, haciéndolos sonrojar a los dos.

—Creo que han alarmado innecesariamente a Akemi —dijo Yūgi, mirando a sus amigos.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora