XXV. Memorias prohibidas

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—¿Qué es eso, Akemi? —preguntó curioso Yūgi, echándole un vistazo a un cuaderno de dibujo que la joven mantenía abierto en sus manos.

—Es algo con lo que sueño de vez en cuando —respondió la diseñadora, señalando la figura de una pesadillesca bestia negra que estaba plasmada justo en esa página—. Amunet cree que son fragmentos de sus recuerdos perdidos.

—Al menos ella tiene algunos recuerdos. El faraón, en cambio, no consigue acordarse de nada.

—Eso cambiará muy pronto. ¿Ya sacaste los boletos para nuestro viaje a Egipto?

—Sí. Ya lo tengo todo arreglado.

Akemi le sonrió a su amigo antes de que ambos se despidieran.

Esa misma noche, el abuelo de Yūgi le contó a su nieto la sorprendente historia de cómo había encontrado el Rompecabezas del Milenio. Poco después, el joven se fue a dormir, lo cual fue aprovechado por un dúo de sinvergüenzas para robarle la bolsa que contenía los Artículos del Milenio y las tres cartas de los Dioses Egipcios.  Tras despertar a Yūgi con el ruido de su fechoría, los ladrones corrieron al ser perseguidos por su víctima; pero Rex Raptor y Weevil no tardaron en ser detenidos por la persona menos esperada: Bakura, quien había recobrado su control sobre su dulce anfitrión de modo inexplicable. Él acabó por devolverle la bolsa con los Artículos a Yūgi después de tomar la Sortija del Milenio, y luego tuvo una charla algo intensa y enigmática con el faraón, antes de marcharse con su plan en mente.

Esa noche tormentosa, Akemi se había quedado en su taller de pintura –ubicado bajo su oficina en el edificio de la Corporación Kaiba– hasta tarde en la madrugada. Los cuadros del faraón y la versión pasada de Seto Kaiba se encontraban colgados en las paredes laterales mientras ella dibujaba un nuevo cuadro, esta vez de la sacerdotisa Amunet. Inesperadamente, la electricidad falló y la dejó sumida en una semipenumbra que la asustó. Fue entonces cuando recibió una inesperada y no muy agradable visita.

—Lindo retrato, aunque yo prefiero el original —dijo una voz bien conocida, acompañada de una risilla malévola que la hizo saltar en su sitio.

—¡Bakura! —le reconoció cuando un relámpago iluminó brevemente su rostro.

—El único que conoces —replicó el aludido con sorna, causando que ella se pusiera en guardia—. Quiero hablar con Amunet.

—Aquí estoy —La sacerdotisa apareció con el ánimo de proteger a su anfitriona y se cruzó de brazos—. ¿Por qué has venido, Bakura?

—Eso es sencillo de responder —Bakura activó el disco de duelo que llevaba en su brazo—. Tengamos un duelo, bella sacerdotisa.

—Como quieras.

Amunet buscó su disco de duelo y la baraja que usaba de entre las cosas que tenía en su taller. Se colocó el aparato, insertó la baraja y lo activó.

—Las damas primero.

—Gracias, qué caballeroso —Amunet no perdió la calma al devolverle la burla, sacó una carta y la jugó—. Pondré a mi Kojikoci en modo de ataque —El feroz hombre vikingo con 1500 puntos de ataque apareció en el campo—. Luego, colocaré dos cartas boca abajo —Puso los naipes ocultos—. Eso será todo.

—Buena jugada. Me toca, y jugaré con mi Caballero Fantasma en modo de ataque —El horrible monstruo de piel putrefacta con armadura de caballero medieval y 1600 puntos de ataque surgió en el juego—. Colocaré una carta boca abajo y eso será todo por ahora.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora