XXII. Vínculo de empatía

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Amunet sabía lo que debía hacer. Mientras se encontraba a solas en el santuario, exploró un poco el lugar, realizando un hallazgo inesperado. Justo bajo la locación principal del templo -donde ella había despertado-, tras sortear una escalera semioculta en las sombras, localizó un sitio en ruinas de lo que parecía ser una especie de altar. Al observar más de cerca, Amunet se topó con una inscripción antigua tallada en una de las rocas, en la cual había un pequeño orificio. Gracias a las enseñanzas del idioma atlante que Dartz le había dado en unas pocas horas y a su propia intuición, logró descifrar lo que decía.

"Aquí yace la llave para eliminar la maldad".

¿Qué podrían significar esas palabras? Dartz afirmó haber destruido todas las rocas del Cuarzo de la Bondad creadas por Clitus, por lo que no podría tratarse de eso. Además, se planteaba una interrogante más importante: ¿era realmente efectivo el Cuarzo de la Bondad contra los poderes oscuros del Oricalcos? Debía tener fe en que sí, pues podría ser la única esperanza si existiera en verdad. Entonces, una idea iluminó su mente como un relámpago. ¡No todo el Cuarzo de la Bondad había desaparecido! Todavía estaba la piedra que ella poseía y que le había entregado a Akemi. Eso era el Cuarzo de la Bondad, sin dudas; y, ahora que lo miraba de cerca, se percató de que ese fragmento de roca encajaba perfectamente en el orificio del altar en ruinas. Lamentaba no tener la piedra en esos momentos, pero confiaba en que Akemi pudiese llegar hasta ella.

No obstante, eso no esclarecía su principal duda. ¿Cómo había llegado allí en primer lugar? La única explicación plausible que se le ocurría era que las propiedades del Cuarzo de la Bondad habían repelido las del Oricalcos, otorgándole un cuerpo físico temporal para evitar que su alma fuera sellada en piedra.

Dartz constituía otro misterio para ella. ¿Qué era lo que ese hombre quería realmente? Le había horrorizado ver la gran cantidad de almas que había atrapado con el fin de proveer de energías al Gran Leviatán y trató de endurecer su corazón contra él. Pensó que verlo como a un simple genocida sin alma sería lo más correcto; pero no era algo que ella pudiese hacer. La habían educado para mostrar compasión, no para impartir justicia; aunque muchos de sus recuerdos habían desaparecido, esa esencia estaba muy arraigada en su corazón. Después de escuchar su historia y notar que había sido capaz de amar en el pasado, arribó una conclusión muy obvia: él era una víctima más del poder maligno del Oricalcos.

«Esa cosa lo está manipulando, al igual que lo hizo con Yami».

Suspiró con nostalgia al pensar en su adorado faraón. Le resultaba cada vez más difícil estar allí sin sus amigos, sin Akemi, y en particular sin él. Pero ya había tomado su decisión.

«Soy la única capaz de ayudarlos a los dos. Y tengo que hacerlo sola».

Con el máximo sigilo, abandonó el místico lugar esperando no ser vista. Poco después de llegar al centro del santuario, Dartz fue a buscarla y la llevó a cenar en una velada que Amunet podría calificar como agradable, pues la ayudó a despejarse un poco de los problemas que la agobiaban. Él no le habló sobre su propuesta, no dijo nada de sus planes de destrucción ni la presionó de ninguna forma, algo que ella agradeció en silencio. Luego de la cena, le mostró la que sería su habitación personal y la dejó a solas. La estancia era un poco diferente al resto del templo, pero no por ello menos acogedora. Amunet sentía el cansancio apoderándose de ella, pero la inquietud le impedía acostarse a reposar. Decidió cepillarse el cabello por un rato para relajarse un poco. Mientras el cepillo recorría sus largas hebras castañas, sentada frente al espejo de la elegante cómoda, escuchó unos toques en su puerta.

-Adelante -concedió, dejando el cepillo sobre la mesa.

Dartz abrió la puerta con suavidad y entró lentamente en la habitación.

Memorias prohibidas [Yu-Gi-Oh! - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora