*Capítulo 1.

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Los rumores corrían como pólvora, siempre había sido así por donde fuera que pasara. No le molestaba, se repetía, pero la realidad es que se había acostumbrado a su nuevo empleo, y ahora, con el rabo entre las patas, debía pedirle a su padre que lo ingresara en una compañía donde tenía influencia. Nunca quiso ser un niño de papi, pero siempre terminaba consentido por este cuando claramente sus trabajos terminaban por causa de rumores.

¿Qué rumores? Empezando por un mundo dominado por castas, era normal que en el puesto de secretario siempre se encontrara un omega; así que, por ese lado, no era un problema grave. Iniciaba cuando, por alguna razón, corría el rumor de que era... Infértil. Un omega dañado de fábrica, como decían muchos.

No entendía cómo la pólvora llegaba a oídos de sus jefes, los cuales, decidían seducirlo, pues para los alfas, un omega estéril era una ventaja en cuanto a sexo, más si se quería liberar de la tensión de una familia. ¡Y la maldita familia! Su último trabajo terminó cuando el omega de su jefe lo saboteaba, hasta que al final le exigió echarlo. Claramente nadie lo elegiría sobre otro, menos sobre un omega... Perfecto.

Y él no era prime, tampoco era llamativo, y su olor siempre decían que era similar al pasto mojado y a la tierra. Nada atractivo como aquellos omegas de pomposos olores a frutas o flores. Él era como su olor: Añejo, desagradable y nada llamativo.

—Por favor, no lo arruines—. Su padre estaba arreglando su corbata mientras el elevador ascendía al último piso, donde estaba el CEO de aquella empresa gloriosa. Su padre, un ejecutivo de alto calibre, tenía convenio con ese lugar, y había logrado conseguirle algo allí.

—Nunca lo hago—. Hizo un puchero.

—Henry, sé que eres especial, pero... no todo el mundo debe saberlo.

—No soy especial, soy defectuoso—. Las puertas se abrieron.

—Quiero lo mejor para ti—. Le colocó una mano en el hombro, acariciándolo. Amaba a su hijo, su único hijo. Henry siempre creyó que su padre odiaba no poder tener más herederos, uno que pudiese darle nietos. Pero para el hombre mayor no era así; al principio si fue duro darse cuenta de la condición de su hijo, más adelante solo quiso protegerlo, cuando los alfas solo se aprovechaban de su bondad.

Ambos salieron de ascensor. Había un enorme vestíbulo, con solo un par de puertas y un escritorio al lado, con una joven chica, omega, que estaba empacando sus cosas en su maleta, bastante molesta. Los miró al llegar, frunciendo el ceño. Henry, junto a su padre, se acercaron a ella.

—Busco al señor Manchester—. Habló su padre, con propiedad—. Me llamo Richard Hart—. La mujer alzó una ceja, y oprimió un botón del teléfono, alzándolo. Se escuchó un grito por este, y la omega alejó el teléfono con fastidio.

—Solo le aviso que llegó su visita. Ya no jodo más—. Ambos hombres se quedaron asombrados ante la postura de la mujer. Ella colgó con brusquedad, y tomó su maleta—. Pueden pasar—. Y se comenzó a ir, dejando a ambos sorprendidos cuando esta apretaba con molestia el botón del elevador, hasta que se subió en este, marcando en su teléfono—. El hijo de puta ese... —. Y las puertas se cerraron.

—Que boca—. Bufó Richard.

Henry ignoró aquel escándalo, y ambos caminaron hasta abrir la puerta de la gerencia. Al entrar, el lugar estaba decorado de forma minimalista. Algunos muebles de color roble, unos enormes ventanales frente a un puesto donde había una placa con el nombre de Ray Manchester. El hombre tras el escritorio levantó su mirada, y Henry se congeló ante esos azules ojos, mirando a otro lado.

Un alfa prime, pensó Henry al darse cuenta que el aroma de ese hombre era, sin duda, fuerte. Como colonia, pero aún peor. Era intimidante, a decir verdad; más para un omega de tan bajo rango como él.

Sex appeal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora