8- Edrick

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En cuanto vi la cara de maldad de esa chica disparando la pistola que apuntaba a la frente de Agnes, mi primer instinto fue abrazarla y tirarla al suelo conmigo.

Era una puta niñata egocéntrica y egoísta, también prepotente y desagradecida, pero siempre que estaba en peligro daba la casualidad de que, por cosas del destino, yo estaba delante, y no podía quedarme quieto sabiendo que era lo que mis padres querían.

En parte no podía culparla por su carácter de mierda, yo era exactamente igual o peor.

Lo que no entendía era porqué tenía esa puta manía de necesitar salvarla.

Era probable de que si fuese otra persona, pasase del problema como si nada, pero es que ella tenía cierto veneno en su mirada que me hacía adicto a mirarla fijamente cada vez que la tenía delante. Era como si sus ojos gritaran peligro, pero al mismo tiempo te obligasen a mantenerte cerca de ellos. Como una trampa.

—¡Joder! —gritó ella aferrándose a mí.

—¡Venid conmigo, joder! —grité levantándome del suelo junto a ella y corriendo hacia mi coche mientras esa chica venía a por nosotros disparando como una loca, con una puntería de mierda.

Saqué con una mano las llaves de mi coche y quité el seguro pulsando el botón.

Cuando me di cuenta estaba arrastrando a Agnes conmigo, cogiendo su mano sin pensar.

Nos montamos todos en el coche y lo arranqué saliendo corriendo del lugar mientras algunas personas observaban alterados.

Nadie decía nada, solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas.

—¡Tenías que haberme dejado matarla, joder! —estalló la pelirroja pasándose las manos por el pelo con frustración mientras me asesinaba con los ojos azules más bonitos que había visto en mi vida—. ¿Qué problema tienes? ¡Deja de meterte donde no te llaman!

—¡La cárcel no es sitio para una niñata como tú! —apreté con todas mis fuerzas el volante mientras maniobraba por los callejones.

—¡Y eso a ti qué te im...!

—¿Qué mierda ha pasado, Tathia? —gritó la morena en mitad del coche interrumpiendo nuestra conversación.

—Nada... —musitó, pero no parecía pasarle nada.

—Joder, te han dado un puto tiro en la pierna, estás desangrándote, ¿cómo no te va a pasar nada?

—¿Qué, qué? —Agnes se volvió bruscamente para mirarla—. Edrick, ¡nuestro piso no está por aquí!

—Mierda —susurré, estaba conduciendo hacia mi casa—. Dime la dirección.

Sin decir nada, ella se abalanzó sobre el volante girándolo bruscamente y cambiando de dirección sin importarle los coches que venían.

—¿Qué coño haces? —espeté furioso, de fondo se escuchaban los jadeos de Tathia, la rubia que desde luego era un regalo para los ojos.

—Llevar a Tathia a casa.

Maldije para mis adentros y en unos minutos más de temerosa conducción llegamos a un edificio en mal estado.

Salimos del coche y la chica iba cojeando, todo mi coche estaba lleno de sangre.

—Joder, mi coche —pegué un puñetazo a la pared, cabreado, la pelinegra y Agnes llevaban en brazos a Tathia que no paraba de sangrar.

Agnes tenía razón, no tenía que haberme metido en líos para salvarlas, ahora mi coche estaba lleno de sangre. Un coche que costaba más que ellas.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora