13- Agnes

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Me miré al espejo observando mi cuerpo con el traje de stripper de Tathia, me quedaba algo apretado por tener mayor talla que ella, pero nada demasiado extravagante.

Era rojo y muy revelador para poder hacer bien los movimientos en la barra. No estaba segura de saber hacerlo bien, pero tan solo se había ausentado dos días en el trabajo y había bajado una gran cantidad de clientes. Era algo que no podíamos hacerle a la tía de Less después de todo lo que ella hacía por nosotras.

Ella había decidido hacer una fiesta temática para mi debut como stripper este tiempo, y mi nombre corría por todo el barrio y los alrededores. La noche prometía y yo estaba extrañamente relajada.

Iba muy maquillada, con una coleta alta, lisa y larga, unos botines negros de infarto y unas pestañas postizas tan largas que me llegaban a las cejas.

Estaba en el pequeño vestuario que tenía Tathia en el bar y no podía parar de mirarme en el espejo. Tenía que hacer esto más veces.

La gente hablaba sobre la leyenda de las carreras ilegales, que, iba a bailar de stripper junto con Less, la chica que daba la salida a esas carreras.

Ambas estábamos listas para bailar toda la noche y hacer la caja que no habíamos hecho en todo el año.

Había cañones de espuma en las esquinas del local y habíamos atraído a gente joven de otros barrios de Portland que no pintaban nada en un bar como era La Calavera, pero todo era por recuperar lo que había perdido Mónica en nuestra ausencia.

Observé el traje de Less, era negro y sin tantas ligas como el mío, pero era más revelador. Su piel bronceada brillaba con las luces y su coleta con rizos le daba un toque sexy.

—Ya debéis salir —Mónica nos avisó.

—Vosotras podéis, sois tan perras como yo —nos instó Tathia sentada en una butaca roja de terciopelo. Se notaba que estaba algo rara, pues este era su trabajo desde hacía tiempo y no poder hacerlo por la herida de la pierna era algo que le jodía.

Ella y Ada serían las camareras.

—Perrísimas —contestó Less riendo y yo sonreí sin prestar mucha atención.

Mi mente había desconectado para rememorar la noche del incendio, antes de que todo sucediera.

Ese niñato se las había arreglado bien para cruzarse en mi camino y para que no consiguiera sacarlo de mi mente por instantes.

Salimos del vestuario y la gente se abrió para darnos paso a ambas. Se oyeron silbidos y en cuanto pusimos un pie en la plataforma y agarramos nuestra correspondiente barra la música empezó a sonar.

Respiré hondo sin abandonar mi semblante de superioridad ante la gente y comencé a mover mis caderas al ritmo de la música.

Agarré con una mano la barra y me subí a ella agarrándola con mis piernas. Esta comenzó a girar y eché hacia atrás mi cabeza pasando mi mano por el cuello y el pecho, apretando con cierta fuerza para que fuese más sensual, pero sin llegar a estrangularme, claro estaba.

Subía y bajaba con lentos movimientos, contoneaba mis caderas y movía mi cuello con lentitud.

El ambiente era muy animado, estaba a reventar, más que cualquier día. La gente apenas podía moverse sin chocar con otras personas. Había luces neón y parpadeantes. El reservado para las mafias que, aunque Mónica lo negase era para ellos, estaba más lleno que nunca y la caja no para de abrirse y cerrarse para cobrar nuevas copas.

La gente nos silbaba e idolatraba, llenando la plataforma de billetes que pisábamos con nuestros altos botines.

Una sonrisa autosuficiente se plantó en mi rostro, acompañada por el ego y la superioridad que debía de haber en mis ojos por verlos a todos a mis pies, admirando todos y cada uno de los movimientos que yo hacía.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora