47- Agnes

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El calor corporal humano se apoderó de la sala. Ya no había rastro de aquella brisa que recorría las calles de Portland.

La gente charlaba y bailaba. Todos iban con copas de champagne caro en las manos y la ropa de la gente era muy elegante, pero el vestido que Edrick me había regalado no se quedaba atrás.

—¿Bailas? —Edrick se colocó delante de mí dejándome anonadada con su porte y con sus ojos.

Nunca había visto esa elegancia en su forma de actuar, siempre mostraba su faceta dura e irónica.

—Sí —asentí y miré a Kol, que soltó mi mano, nos sonrió y después se perdió entre la gente.

Me llevó al centro de la pista con pasos decididos y estando allí, con algunas miradas recayendo sobre nosotros, posó su mano en mi espalda y me acercó a él sin dejar espacio alguno entre nuestros cuerpos.

Me sentí envuelta en una extraña aura llena de una dulzura sorprendente para venir de dos personas como nosotros éramos.

Otra nueva canción comenzó a sonar por toda la sala y Edrick agarró mi mano entrelazando nuestros dedos, provocando de nuevo ese cosquilleo en mi abdomen que solo aparecía con él.

Rodeé su cuello con mi mano sobrante y apoyé la cabeza en su pecho, aspirando su olor. No pude esconder la sonrisa que me surcó el rostro cuando pegué la oreja a su corazón y latía desbocadamente como la última vez que sentí su corazón.

—¿Sabías que tus padres estaban invitados al baile? —pregunté sin despegarme de su pecho y sin borrar esa estúpida sonrisa.

—No, ha sido por pura suerte —rio y su risa me sonó a la de un ángel. Un ángel del infierno.

—Hay demasiada elegancia para ser todos narcos —hablé. Sus pasos eran lentos pero decididos, y se notaba que sabía bailar, yo me limitaba a seguirlo.

—Los mafiosos de verdad no son como te imaginas —levanté la cara encontrándome con su constante mirada—. Lo que estás acostumbrada a ver son peleles que le hacen el trabajo sucio.Yo he visto a mafiosos de verdad en la cárcel, con celdas solo para ellos y con comodidades que otras personas no podrían permitirse en la vida. Trajeados hasta en la cárcel y siempre con la misma elegancia.

—Bailas muy bien —comenté moviendo ligeramente por la zona de su nuca para sentir su piel contra mí más aún. Hundí la cabeza en el hueco de su cuello y parte de la clavícula. Ahora mismo querría estar haciendo otra cosa que no era exactamente bailar.

—De pequeño me obligaron a tomar clases.

—Oh, cierto, se me olvidaba con quién estoy hablando —le saqué una sonrisa y me acercó mucho más a él, podría decirse que no había ni un milímetro de distancia entre nuestros cuerpos.

—Tú y yo no somos tan diferentes, Chernobyl —apretó el agarre de nuestras manos cuando notó mi respiración contra la piel de su cuello—. Tú creciste en un barrio bajo, yo en uno rico, pero la misma vida de mierda.

Miré nuestras manos, cualquiera diría que habían sido creadas para encajar.

—Como dos piezas de un puzle —dijo mirándolas él también. Hasta nuestras mentes se habían conectado—. Somos un jodido puzle que ha nacido para encajar.

O dos piezas que habían nacido para acabar el uno contra el otro.

Callé durante un corto tiempo sopesándolo todo. Me sentí como en una película de amor junto a él, pero no podía evitar pensar que íbamos a acabar completamente rotos.

Lo que sentía era tan real como el miedo a verme hundida otra vez.

No solía tener miedo, pero últimamente me estaba sintiendo tal devastada por todo, por Less, por los recuerdos de mi padre, por él...

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora