43- Ada

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La melodía que un buen pianista podía crear era increíble.

Esta me deleitaba mientras la espuma de la bañera rozaba mi piel y la esencia de jazmín inundaba mis sentidos, dándome paz por momentos en esta vida de mierda.

Pasé la yema de mis dedos por las cicatrices que aún conservaba por el encuentro con mis padres.

Dolía seguir respirando por la herida después de un mes y medio, pero no había ningún remedio para el trauma que cargaba conmigo.

Había nacido y crecido en una mafia regida por el ansia de poder, no por la sangre y el valor de la familia, y eso me había hecho creer que era débil por no ser como ellos, por no ansiar el poder si no me traía otros valores como la lealtad.

Cosa que había cambiado cuando las conocí a ellas. Tenía poder, lealtad, y al amor de mi vida. Pero las cadenas que arrastraba seguían pesándome.

Salí de la bañera y me envolví en una toalla.

Podrían decir que el amor era la mayor debilidad de las personas, pero era solo un pensamiento erróneo que servía de escudo para los cobardes que no se atrevían a amar como sus corazones lo demandaban.

Yo quería, sentía, lloraba y reía a partes iguales, y seguía teniendo la misma fuerza para seguir adelante, luchar y golpear a quien fuera que viniese a por mí.

Me vestí y bajé al salón donde Tathia me esperaba para ir a dar una vuelta.

Fui cobarde durante tres años por miedo al rechazo para después, por pensar que no volvería a verla, confesarme y que todo este tiempo hubiese sido correspondido.

—¿Nos vamos? —preguntó agarrando las llaves de la moto de Agnes, seguro que no le importaba.

—Claro —planté un beso en sus labios y ella me lo correspondió enterrando la mano en mi pelo.

La puerta se abrió antes de que nosotras lo hiciéramos, dando paso a Kol.

—Buenos días... —espetó con la mano en la cabeza.

Llevaba una camiseta blanca y una sudadera amarilla en la mano y la camisa de cuadros abierta, dejando ver los abdominales bien formados.

—Buenas tardes, dirás —Tathia rodó los ojos y el pelinegro pasó gruñendo y arrastrando los pies.

—Lo que sea... —se echó al sofá tapándose los ojos y dando vueltas por este.

—¿Dónde estabas? —pregunté y fui a la cafetera antes de irme a prepararle un café.

—En una casa rodeado de mujeres —se quejó por el dolor—. Y antes de que digas nada, solo me acuerdo de irme a una discoteca después de ir a un baile de instituto y ya, luego me desperté en una cama con cuatro mujeres.

—No te lo has pasado mal por lo que veo —se burló Tathia agarrando la camiseta, que estaba rota, y tocándole el cuello lleno de chupetones.

—Cállate, teñida —su voz detonaba cansancio y estaba en un estado tan lamentable que hacía gracia.

—Tómate esto, anda —le tendí el café—. Te sentará bien.

—Gracias, rusita —me sonrió y la cabeza se le fue para el lado. Aún estaba borracho.

—¿Qué hiciste después de despertarte en esa casa? —cuestioné.

—Robarles una botella de whisky caro y beberme la mitad antes de que ellas despertasen —se encogió de hombros y negué con la cabeza.

—Por cierto, ¿no habrán secuestrado a Agnes, no? La perdí de vista en cuanto entramos a la fiesta —se bebió el café de un sorbo y siguió musitando cosas inaudibles.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora