35- Edrick

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Un taladro me atravesaba el pecho cada vez que recordaba las palabras que me había dicho, y cómo las había dicho.

Sin ningún tipo de emoción, haciendo notar que todo lo relacionado conmigo le importaba una mierda.

Era patético, todo lo que había dicho y hecho por ella había sido patético porque se había burlado en mi cara. Hasta ella misma lo había dicho, ¿cómo coño había podido creer que me correspondería?

Me tiré del pelo frustrado cada vez que recordaba lo iluso que había sido.

¿Declararme yo, a alguien?

¿Declararme a alguien como la diosa pelirroja que pisoteaba y humillaba a todo el que la miraba?

Había perdido todo rastro de neuronas en mi cerebro. Ella me había hecho perderlas. No razonaba cuando ella estaba cerca, pero era aún peor cuando la tenía lejos.

Mi cuerpo cosquilleaba cada vez que se le daba por imaginarla y echarla de menos.

Me adentré en mi habitación y dejé pasar las horas viendo cualquier gilipollez en mi teléfono hasta que la luz dejó de entrar por la ventana y ya era la luna la que me acompañaba en la soledad.

Tenía todo el cuerpo entumecido de haber estado tumbado.

Gruñí al volver a pensar en que había hecho arder toda una casa llena de mafiosos solo por ella, por haberla dañado.

Debería haberla dejado ahí hasta que entre golpes todos acabasen con su vida, o haber salvado a Ada y a ella haberla dejado quemándose y agonizando como los demás.

Estampé el puño contra la pared, pues hasta yo sabía que por mucho que lo dijese me interpondría entre ella y cualquier peligro, porque así había sido desde que la conocí.

Miré el reloj de mi muñeca, eran las nueve de la noche y aunque era pronto, no podía esperar más para ir a cualquier bar de mierda y beberme todo el garrafón del lugar para olvidar lo patético que me sentía.

Porque lo que quería era que me ardiese la garganta y no el pecho.

Me quité la ropa que llevaba puesta quedándome solo en bóxer, observándome en el espejo. Joder, con lo perfecto que era no entendía cómo me había rechazado, y menos aún entendía cómo había dejado que me afectase que alguien me rechazase.

Me puse una camisa blanca junto con unos vaqueros azul marino. Me repasé de nuevo en el espejo, mirándome con arrogancia. Pasé las manos por mi barbilla y elevé el mentón.

Me coloqué mi chaqueta de cuero negra y me rocié con mi perfume de Dior. Ya no vivía con mis padres, pero mis cuentas habían sido desbloqueadas después de que me presentase en su casa, por lo que pude comprarme ciertas cosas que necesitaba.

Agarré mi cartera y después de cerrar la puerta me dirigí al BMW para salir y volver a ser quien fui. La puta mayor tentación de todo de Portland.

Cogí las llaves, me despedí de Kol y de Ada que estaban charlando en el salón y me fui.

Todo el camino fui cegado por el rencor y repitiéndome a mí mismo miles de veces que era una cualquiera y que no la necesitaba, que había confundido deseo con amor y que no pasaría de nuevo.

Pero seguía sin creérmelo.

Llegué a un bar que estaba a rebosar, posiblemente porque La Calavera no abría y todos los clientes se habían trasladado al bar más cercano a este.

Aparqué mi vehículo y con mi mirada de prepotencia y superioridad entré al local consiguiendo que más de una me comiera con los ojos.

Me acerqué a la barra donde un camarero que me miró de forma lujuriosa me sirvió un chupito de Jack Daniel's y después de su propio bolsillo me invitó a otros dos más.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora