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Los árboles que envolvían el sendero para llegar a la casa del lago eran preciosos. Tenían una longitud de al menos cuatro metros, y eran frondosos con un color oscuro e intenso.

A pesar del frío del ambiente, llevaba la ventanilla bajada para que el humo del cigarro saliese y el olor a nicotina no quedase impregnado en el coche.

El aire entraba por el hueco y golpeaba mis rizos agitándolos con agresividad.

Tiré la colilla cuando terminé el cigarrillo y cerré por fin la ventana. Tenía la vista fija en el camino, pero la mente la tenía dispersa en recuerdos que acababan con mi cordura.

Desde el día que pisé la cárcel de Portland no me sentía la misma. La tristeza siempre había formado parte de mí, pero había conseguido mantenerla oculta ante los demás. Hasta ese día.

Mientras esperaba montada en el coche a que salieran de la cárcel no paré de evocar cada roce, cada embestida y cada golpe que me traumó hasta el día de hoy, y no he podido deshacerme de esas sensaciones.

El corazón se me aceleró de nuevo, como tantas veces me pasaba a diario.

El peso de ese dolor me estaba quemando viva, pero no quería molestar con mis problemas y aunque sabía que mis amigas estarían ahí para escucharme, ellas también habían sufrido mucho por parte de su familia, si es que se les podía llamar así.

Sacudí la cabeza evadiendo los pensamientos mientras encendía la radio para distraerme, no podía seguir dándole vueltas a algo que era pasado. El dolor también debió quedarse ahí.

Sustituí las imágenes de mi padre por las de Kol. Él no sabía mi problema, pero me había notado triste en múltiples ocasiones y no se había separado de mí hasta que veía que mis ojos dejaban ciertamente apartado el dolor.

Acaricié mi tatuaje de medusa, me había recordar quién era y dónde estaba, todo gracias a mis amigas. Ellas me mostraban su apoyo incondicional de una forma distinta, solo Ada era algo cariñosa, pero aun así sabía en cada momento que harían lo que fuera por mí.

A pesar de todo eso, solo Kol era capaz de distraerme del dolor con sus ojos grises serios. La primera vez que lo vi pensé que era un egocéntrico como su primo, por su semblante serio, pero nada que ver. Kol era un buen chico con una sonrisa que solo aparecía una vez cada cien años, pero que aun así era la más perfecta que había visto en mi vida.

Lástima que esa sonrisa perteneciese a Agnes, no a mí. Yo nunca me había enamorado y no pensaba hacerlo, pero si Kol sintiese algo por mí no hubiese dudado en darle una oportunidad.

Luego estaba Edrick, que excluyendo su chulería, egocentrismo y prepotencia, también era... Digamos, una buena compañía.

También era agradable estar con él charlando y tomando algunas cervezas, pero no me gustaba el hecho de que estuviese de esa forma con Ada sabiendo que la que le gustaba realmente era Agnes, porque aunque se tratasen como el perro y el gato su forma de mirarse decía todo lo contrario.

Llegué a la casa y esperaba ver allí a Ada y a Agnes, pero todo estaba vacío.

Rebusqué en los cajones el sobre con dinero que debíamos darle a la antigua amiga de Katerina para que nos diese información, pero no lo encontraba.

Odiaba a esa chica con todo mi ser. Era simplemente una niñata que creía que tenía a todo el mundo comiendo de su mano y pensaba que era capaz de ganarle en algo a Agnes Smith, que era una diosa en todos los sentidos.

Era mi mejor amiga y con la única que me había desahogado sobre lo de mi padre.

Era una guerrera que no dudaba en atentar contra quien fuera con tal de protegerse y protegernos. Daría su vida por nosotras, como todas, pero ella era la que más se desvivía para que todas estuviésemos bien.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora