39- Agnes

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Veinticuatro de febrero, dos meses sin ti.

Su ausencia aún me quemaba el pecho de una manera tan descontrolada que me dificultaba la respiración.

Tiré una piedra al aire y después rodeé mis rodillas con mis brazos ahondando en recuerdos que no servían para nada más que para restregarme en mi dolor y en mi frustración.

No era nada nuevo, la gente vivía, crecía, y unos más antes que otros, morían. Lo vi con mi padre, creí verlo con Hope y con Tom, y lo vi después con Less, pero vivirlo tantas veces no hacía que fuese más fácil de llevar.

No lloraba, no me salía expresarme de esa manera en la mayoría de las ocasiones, pero eso no significaba que su ausencia no doliese.

Tenía más que comprobado que los que callábamos el dolor éramos los que más lo vivíamos.

Mi padre seguía siendo una de mis cicatrices más grandes, y si seguía luchando con la cabeza bien alta era porque sabía que él así lo hubiese querido, porque eso es lo que me inculcó desde pequeña.

"La cabeza siempre bien alta, reina, que para arrodillarse y doblegarse ya están los cobardes"

Si tan solo ese día lo hubiese retenido, no hubiese conducido por el puto recorrido y estaría perfectamente vivo y siendo el puto rey del barrio que abandoné.

Ahora la reina era yo a pesar de mis ausencias en estos meses, todo por un chico que no conocía. La ama de Slum Killer era y seguiría siendo yo, le pesase a quien le pesase.

Miré la tumba que me acompañaba en la soledad de una tarde de invierno.

Alessandra Jones, amiga, hermana, sobrina y la chica más fuerte del mundo yace aquí.

—Si tan solo estuvieses aquí, tendría la fuerza para hacer todo aquello que en el fondo me pesa —y eso no era algo, sino alguien con nombre, apellido, cabellera rubia y unos ojos verdes que me llevaban al infierno.

Me levanté del suelo apoyándome de una mano y sacudiendo los restos de tierra que habían quedado pegados a mi ropa.

No tenía caso seguir pensando en alguien que estaba tan ausente por estar pendiente de una chica que trataba de hacerle la vida imposible a la tía más fuerte que conocería nunca, a la reina de joder y hacerle la vida imposible a los demás.

La odiaba, la odiaba de una forma en la que solo odiaba a Katerina.

Sabía que delante de Edrick se hacía la mansa y la gatita indefensa, porque lo vi con mis propios ojos en el hospital después de que recibiera semejante paliza por drogadicto.

Pero cuando hablaba con alguna Medusa la pequeña gatita sacaba las garras, sin entender aún que se enfrentaba a un tigre en pleno apogeo de poder e ira.

Ella en el fondo evitaba estar en mi casa para esquivar las disputas y los encontronazos, porque era más que obvio que contra mí tenía las de perder.

Y mi relación con Edrick, por otro lado, todo se resumía a sus miradas de reojo cuando hablaba de ella y mis ataques de celos que me controlaba, pues yo lo rechacé y no tenía derecho a sentir lo que tenía. Ataques de celos que luego pagaba con el saco de boxeo y la velocidad de la moto.

Obviando a Bianca, todo estaba tranquilo: los encontronazos con Tom y Hope eran bastantes, pero me dedicaba a ignorarlos y mirarlos con odio mientras Tom me contemplaba apenado y Hope me observaba con el mismo orgullo y arrogancia que yo cargaba.

Me había olvidado un poco de Katerina, pues estaba encerrada siempre en estas cuatro paredes consumiéndome a mí misma con mis mierdas.

Ada y Tathia estaban todo el día juntas como pareja acaramelada que eran, y no las culpaba, pero me sentía ciertamente sola y sin ganas de nada que no fuese fumar y beber. Me encantaban las carreras, pero ya las frecuentaba poco porque no tenía a nadie que me acompañase. Mis amigas se ofrecían, pero sabía que eso les estropeaba los planes y tampoco tenía ganas de aguantarlas allí dándose el amor que yo no tenía. Era muy egoísta por mi parte, pero me daba igual, porque me enfurecía que todos estuviesen enamorados de la persona correcta menos yo.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora