10- Agnes

1.3K 95 13
                                    

El chico que nos había propuesto pagarnos una casa me observaba con seguridad y detenimiento.

—Nos negamos.

—Aceptamos —habló Ada a la vez que yo. La miré de forma odiosa—. Voy a avisar y visitar a Less y Tathia, no quiero oír ni un pero.

Se marchó de la habitación sin darme opción a hablar, Edrick se acercó a mi camilla con chulería y se sentó en ella, a mis pies. Llevaba una delgada camiseta negra ajustada, de cuello redondo. El color de esta resaltaba sus grandes ojos y largas pestañas, se podían apreciar claramente sus brazos musculosos, como se tensaban y destensaban con cada movimiento.

La barba de un par de días le adornaba la cara y por su cuello se dejaban ver los grandes tatuajes que tenía en la espalda, aquellos que anoche había acariciado.

Miré con detenimiento su cuello, el cual estaba lleno de morados gracias a mí, y su nuca mostraba ciertos arañazos.

—¿Te crees ahora mi puto príncipe azul por habernos acostado una vez, como para estar pagándome todo? —rugí, él ladeó la cabeza y se humectó los labios.

—Das lástima en este estado —ignoró la pregunta y enarcó las cejas, junto con una leve sonrisa, cosa que no era nada común en él. Y le quedaba de maravilla, para que mentir. No obstante, su personalidad de mierda le quitaba todo encanto que los dioses hubiesen otorgado a su físico.

—¿No te has mirado en el espejo antes de venir, verdad? —achiné los ojos con un atisbo de maldad en ellos, lo que daría ahora mismo por rajarlo de arriba abajo con mi navaja.

Lo odiaba, pero joder, como me atraía.

—Claro que lo he hecho, ¿cómo no iba a mirar este rostro angelical?

Rodé los ojos mientras deseaba que él no estuviese aquí, observándome. Less y Tathia estaban tan heridas como yo y me jodía demasiado pensar que podía haberles pasado cualquier cosa, y entonces sí, estaríamos completamente solas Ada y yo.

—No sé qué pretendes, pero no somos amigos, Edrick. Y no vamos a serlo.

—No pretendo ser tu amigo, bonita. Pero sois una banda de criminales bastante conocida. Necesito a La Medusa de mi parte y por eso os ayudo, si no os tuviera agarradas por los ovarios no me ayudaríais.

—¿Tú, agarradas de los ovarios, a nosotras? Deja las rayas de coca, te están destruyendo las neuronas.

—No importa lo que digas, niñata —me amenazó con la mirada, con los ojos bien abiertos—. Tengo a Ada de mi parte, y no me costará convencer a las otras. Paul y Louise son multimillonarios y dispongo de mucho dinero, pudiendo así daros una vida un poco mejor sin llegar con el agua al cuello a fin de mes. Solo tenéis que ayudarme una puta vez.

Sopesé su propuesta, pero no la aceptaría hasta saber en qué quería que le ayudásemos. Podríamos ser una banda peligrosa y criminal, temida, pero no nos involucrábamos en asuntos de drogas.

Sobre todo, por respeto a Tathia. Dave Pierce, a pesar de ser un gran amigo de mi padre, era un completo cabrón. Maleducado, machista, egocéntrico y narcisista. Se creía el rey del barrio por tener un gran negocio de drogas que ni siquiera era capaz de llevar por él mismo, sino que cogía a jóvenes inexpertos como peones.

Aún recordaba a Iria, la madre de Tathia. Era una chica de dieciocho años cuando quedó embarazada de Tom, el difunto hermano mayor de Tathia. Estaba tan ciega que no se había dado cuenta de que había ligado su vida a la de un hijo de puta.

Dave, padre desapegado, drogadicto, narcotraficante y maltratador.

Iria era un ingenuo ángel, una persona amoldable que veía bondad allá por donde mirase, incluso la vio en Dave.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora