25- Agnes

910 73 10
                                    

Veintiocho de septiembre. Cuatro días sin ella.

Su ausencia seguía quemando mi pecho mientras el ron quemaba mi garganta.

Un camarero me sirvió la séptima copa de la noche y me la bebí de un trago. Ahogar las penas en alcohol no me estaba funcionando, porque cada vez que cerraba los jodidos ojos la veía ahí, pidiéndome que parase. Diciéndome que el alcohol iba a acabar conmigo.

Pero aquí seguía, borracha y fumada rozando los límites de la inconsciencia.

La música tan alta iba a reventarme los oídos mientras, incluso siendo invierno, mi cuerpo sudaba debido a la aglomeración y me enfurecía ver como todos disfrutaban de la fiesta y la noche, entretanto yo estaba amargada bebiendo y bebiendo sin parar.

Hope, Tom y Carina abrasaron mi cabeza provocándome un mareo sofocante. No podía ser verdad, la gente que moría no volvía para atormentar a sus personas más cercanas y queridas.

Todavía no había tenido el valor suficiente ni el momento para decirle a Tathia que había visto a su hermano, después de lo de Less era un golpe que no quería que recibiera, y menos sin tener pruebas concluyentes de ello.

Pero sus rostros eran tan idénticos que me costaba convencerme de que no eran ellos, de que eran simples parecidos realistas.

Sacudí la cabeza pidiendo otra copa.

Alguien se sentó a mi lado. Cuerpo musculoso y fragancia irresistible.

—El alcohol mata lentamente —dijo esa voz suave y masculina. En mi cabeza apareció una cara definida y perfecta, ojos verdes y pelo rubio. Sacudí la cabeza, Edrick debía de dejar de exhibirse por mi mente a cada instante.

Giré mi cuerpo hacia él y me topé con unos ojos miel que me observaban con amabilidad.

—No importa, no tengo prisa —alcé la copa imitando un brindis y dejé al ardiente líquido pasar por mi garganta, quemando a su paso toda la zona.

Negó con la cabeza riendo y puso la mano encima de la barra, al lado de la mía. Sus dedos rozaron los míos y yo estaba demasiado borracha como para reaccionar y apartarla.

—¿Estás tan triste como para ahogar de esa forma las penas? —sonrió y abrió los ojos mirándome con atención.

Reparó mi rostro con detenimiento, pasando la mirada lentamente de arriba abajo y de nuevo a arriba, deteniéndose en mis azules ojos.

—Yo no me pongo triste —aseguré con neutralidad.

No tenía ganas de hablar con nadie, tampoco tenía fuerzas para sacar mi lado bestia y echarle.

—Bueno, puede que tengas razón. No pareces la típica chica triste.

—Es porque no lo soy —me levanté del taburete bajándome ligeramente el vestido negro ajustado, que dejaba poco a la imaginación ya de por sí como para dejar que se remangase hasta mis caderas—. Yo soy la mala —siseé tambaleándome y él me agarró del brazo para que no cayese.

Me topé de nuevo con sus ojos y me sonrió cálidamente. Era la primera vez en cuatro días que sentía algo de calidez.

Hablamos un poco más y me invitó a una copa, estaba demasiado borracha para saber qué me había bebido, pero me lo bebí igual.

—Vamos a bailar, chica mala —me llevó a rastras a la pista y me pareció buena idea distraerme de los recuerdos de Less y de las rememoraciones de las caricias del rubio insoportable que se había colado en mi mente, dando tumbos sin parar.

Caminé decidida, como podía debido a mi estado, hacia el centro de la pista. Era una discoteca enorme e incluso contando con ello, estaba a rebosar.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora