15- Agnes

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Miré el reloj que había en la mesita de mi dormitorio, eran las putas siete de la mañana y seguía sin poder dormirme.

Di vueltas en la cama, agobiada. No era la primera vez que me pasaba esto. Odiaba que las cosas se salieran de mi control y cuando eso pasaba perdía totalmente el uso de razón, por no hablar de cuando lo recuperaba, que me estresaba como nunca.

Me daba igual haber asesinado a dos personas, era la primera vez que lo hacía pero ya había mandado a mucha gente a un hospital, así que eso definitivamente no era, porque yo no tenía remordimientos. Lo que me tenía así era la forma en la que mi mente había desconectado de mi cuerpo en cuanto me cansé de que intentaran matarme.

Cuando me dijeron que podían estar jugando conmigo me enfadé tanto que acabé como siempre que perdía el control fuera de sí.

Fue una buena advertencia para los Walker, pero en cierta forma me asustaba que alguna de las veces que perdía así el control terminase cagándola.

Me di por vencida cuando los primeros rayos de sol entraron en el ventanal de la habitación y me levanté de la cama.

No me acostumbraba a tener un dormitorio así, amplio y bien decorado. Estaba pintando de blanco y negro, tenía un pequeño vestidor y un gran ventanal con un alfeizar negro. Muy mi rollo.

Me dolía la cabeza de no dormir y hacía frío. Tenía puesto un pijama de satén rojo burdeos con encaje blanco, por lo que seguía helada. Me levanté de la cama, me envolví en una manta de pelo y me senté sobre el alfeizar. Saqué un cigarro, lo encendí y me quedé contemplando el amanecer con la tranquilidad que la nicotina y el calor me otorgaban.

En mi mente no paraban de aparecer todo tipo de pensamientos desconcertadores.

Mi padre, Hope, Tom... Mi madre, si es que así se le podía llamar.

Aún recordaba el accidente de Luke. Ese lluvioso día y ese maldito recorrido que se llevó la vida de la única persona que había estado conmigo hasta el final. Recordé como mi padre se llevó mi maldito y oscuro corazón con él, dejando solamente un hueco que no podía ser llenado ni con alcohol ni con tabaco.

El humo impregnaba el ambiente trayendo a mi mente la imagen de mi pequeña Hope.

La pequeñaja que la vida había decidido que era arrebatar de mi lado, de mi banda. Sentí un pinchazo en el pecho al recordar la última vez que vi esos ojos grises tan grandes y ese rostro tan delicado. La vida me la arrebató con tan solo dieciséis años.

Y Tom... El grande y el primer y último chico que perteneció a La Medusa. Mi rubio loco de atar, que se llevó con él la felicidad y simpatía que alguna vez tuvo nuestro grupo.

Aún había cosas que no entendía y llevaban tres años desconcertando mi cabeza. Todo parecía ir bien, Tom estaba ayudando a su madre con el cáncer y Hope había conseguido librarse de la adicción a la maldita heroína, pero a partir de ahí todo empeoró y nunca volvió a ser lo mismo: la madre de Tathia y Tom no consiguió superar la enfermedad y mi padre fue arrebatado de mi lado en un fatídico y estúpido accidente.

Pero seguía sin comprender qué coño hacían los dos a las cuatro de la mañana en la carretera.

Tragué y noté el fatigante nudo que se había formado en mi garganta, recordando el funeral que fue incluso más doloroso que el de mi padre.

Iria llorando como si le fuese la vida en ello y su marido sin presentarse en el puto funeral de su hijo; Tathia golpeando todos y cada uno de los árboles que había en el terreno donde fueron enterrados; Less llorando de rodillas rogándole a Dios que todo fuera una maldita pesadilla; los padres de Hope echándonos en cara que todo fue por nuestra culpa, que nosotros la metimos en esa vida de mierda y que estaba muerta por nuestra culpa y... mi padre brindándome su incondicional apoyo, otorgándome uno de sus pocos abrazos que no supe valorar correctamente.

Venenosa Tentación©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora