Dicen que en realidad no somos nosotros quienes adoptamos a los gatos, si no más bien son ellos los que nos adoptan a nosotros.
Mi gata Luna tiene gustos muy particulares, sobretodo por un chico de cabello bicolor, y eso, bueno... ha traído algunos...
Yo había perdido mi paraguas el día en que se lo había dejado a Luna.
Ok, Naoko, tienes dos opciones: o te vas y te empapas hasta los huesos, o esperas a que pare de llover y te cruzas con Todoroki Senpai, a quien acabas de dejar hablando solo por tercera vez en dos días...
Tomé una bocanada de aire y avancé, prefiriendo la lluvia en lugar de los nervios. Correr no tenía sentido, ya que acabaría empapada de todos modos. La lluvia estaba fría y me caló hasta los huesos en segundos. Genial, atraparía un resfriado, de seguro.
De repente sentí que la lluvia dejaba de caer sobre mi cabeza.
Pero, ¿Qué-?
Me giré sorprendida solo para ver a Shoto Todoroki a mi lado, poniendo su paraguas entre ambos.
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Ay mamá, me va a dar algo.
—Vamos al mismo sitio, así que... —. El muchacho mantuvo la mirada fija en el camino, como restándole importancia a lo que estaba haciendo.
—Gracias... — respondí sintiendo como se coloreaba mi rostro. ¿A caso el destino se divertía riéndose de mi y lo cortada que era cuando me ponía nerviosa?
Me aseguré de ocultar la bolsa de compras en el otro lado para que no la viera y miré hacia adelante, tratando de permanecer serena. Caerme a su lado por resbalar con una poza era lo último que deseaba.
Respira hondo, mientras no lo mires a los ojos todo va a estar bien.
Es solo un muchacho.
Pronto nos rodeó un silencio incómodo. Estaba desesperándome. Vamos, di algo ¡es tu oportunidad de redimirte! Pero mi mente estaba en blanco. Respiré profundo y el frio me recorrió el cuerpo. Temblé levemente al sentir la ropa mojada sobre mi piel.
— Qué frio hace, ¿no? —, dije señalando lo obvio. Pero que elocuencia ¡hablar del clima, que innovador!
—Por supuesto que tienes frio, estás empapada.
Acto seguido se detuvo y entregándome el paraguas se quitó el saco. Lo puso sobre mis hombros antes de que yo pudiera reaccionar. Estaba tibio por dentro, lo que era tan agradable que un escalofrio me recorrió.
— Pero, ¿no te dará frio a ti? —logré articular.
—No en realidad —. Él tomó el paraguas de mi mano nuevamente. Nuestros dedos se rosaron y me di cuenta de que su mano izquierda era gratamente cálida. Me sonrojé al darme cuenta de que seguramente parecíamos una pareja en la lluvia. Eso solo empeoró mi timidez.
Sentí mi corazón latiendo a mil kilómetros por hora mientras caminábamos. La sensación de apremio por eliminar el silencio incomodo se acrecentó en mi interior. ¿Por qué diablos no era capaz de entablar con él una conversación normal? Ni siquiera me atrevía a levantar la mirada para verlo a la cara. Sentí que me observó, notando mi incomodidad.
