4. 𝚂𝚘𝚢 𝙽𝚘𝚊𝚑 𝙶𝚛𝚎𝚢

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El resto de la semana trascurrió sin problemas importantes. 

Me acostumbré bastante rápido a la rutina de las asignaturas, las bromas de los compañeros y chicos de otras clases, los comentarios de algunas chicas sobre mi procedencia, el comportamiento de mis profesores... Ya lo había normalizado.

Aunque era incapaz de recordar nombres y apellidos de todos los alumnos que habían entre clase y clase, el viernes fui capaz de reconocer a la gran mayoría de estudiantes: Sabía reconocer al grupo de fútbol americano (un grupo bastante popular), al de informática y videojuegos, a los del club de debate, los gimnastas, los de jardinería, a los extranjeros, los de teatro... Al principio me pareció imposible, pero ese viernes lo conseguí con bastante esfuerzo mental.

Durante la clase de gimnasia ya sabía como iba la cosa: Las chicas aprendieron a alejarse de mí cada vez que tuviera la pelota en mis manos, aprendí a esquivar a las moles que tenían mayor fuerza de embestida y a pasar el balón a los más rápidos. Lamentablemente este punto quedó en un intento, porque no apuntaba bien. Todos descubrieron que era un negado para el deporte, y mi equipo siempre intentaba aprovechar mis carencias para ganar al contrario. No me quejé, de hecho, lo prefería así. 

La « familia colorín » no vino a la escuela durante las primeras horas.

Cada vez que estaba en la cafetería sentía un remolino de emociones, que finalmente se transformaban en ansiedad. Irma hablaba de sus tonterías, Claude y Sasha seguían en su burbuja fraternal y saliendo de vez en cuando a hablar con otros, Dan intentaba abarcar todos los temas y exponer su punto de vista, y Helena me observaba en silencio varias veces. También me gastaba bromas y me hacía rabiar para dejar de pensar, pero no fue suficiente para que el resto de la semana dejara de sentir esa sensación.

Siempre que escuchaba la puerta yo giraba la cabeza para ver quién entraba y quien salía, hasta que ellos llegaron. 

El grupo popular entraba entre risas y diferentes gestos entre ellos. Libby y Jack no estaban entre ellos, pero Noah siempre interceptaba mis miradas. A veces alzaba las comisura de sus labios y otras acariciaba las cuerdas de su ukelele sin dejar de mirarme, como si intentara reforzar mi ansiedad de alguna manera inexplicable. 

Volví al tema que se expuso en la mesa y, para mi sorpresa, todos estaban hablando de ello. El tema era de ir a la playa, aprovechando que el programa del tiempo aseguraba que vendrían temperaturas agradables y una probabilidad de lluvia menor de la esperada. Obviamente era algo planeado para dentro unas semanas.

Irma reparó en que yo también estaba atento, sonrió y saltó de su silla para ir a mi lado. Ahora mismo tenía un jersey ligero rosado con estampado de corazones, unos pantalones de color magenta y una diadema con una pequeña rosa. Demasiado rosa, parecía cupcake de fresa.

ーVendrás, ¿verdad? ーpreguntó sin pestañear.

Acepté, no por gusto sino por cortesía. Quizás la invitación no fuera algo que conllevara a vivir una mala experiencia, incluso podría ser divertido. Una lástima que las playas de este lugar no fueran iguales a las de Nueva Orleans, que eran cálidas y secas. Mi imagen mental de las de aquí se asemejaban más a la del agua helada y la arena siempre húmeda y oscura.

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Cuando llegó el viernes, yendo a la clase biología, a última hora, me pregunté si Jack iba a aparecer en cualquier momento. Pero no fue así. Mi ansiedad se redujo casi al instante y la clase fue más amena, sobre todo gracias a Helena, que intentaba sacar conversación variada. Entre risas y miradas cómplices podría, quizás, advertir que había cierto interés en mí. «Quizás» no era sinónimo de seguridad, no podría asegurarlo, sólo era una sensación volátil. 

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora