Durante la noche, mi mente acabó por enterrarme en un sueño lúcido, uno donde todo me pareció tan real que era imposible no cuestionarse constantemente si en realidad lo era. No reparé en él hasta que mis manos acariciaron el ladrillo de las paredes, percibiendo las asperezas en la yema de mis medos, oliendo el hedor de la basura a mi alrededor, y sintiendo el frío gélido que acompañaba al viento; impactando sobre mi cara.
Frente a mis ojos se extendía un río ancho y oscuro, alumbrado tímidamente por las bombillas de algunas farolas oxidadas. Algunas daban un brillo muy marcado, mostrándome un perfecto círculo de luz sobre el asfalto y flanqueando el río; otras, por el contrario, parpadeaban intermitentemente.
Los edificios que podía alcanzar con la mirada, junto a los de mi alrededor, eran de colores rojizos y verdosos, creados con ladrillos rectangulares. Las ventanas cerradas sin luz en su interior y ocultas con cortinas de un blanco inmaculado, puertas totalmente cerradas sin picaporte, escaleras con agujeros entre sus escalones, manchas de aceite en forma de lágrima colocadas aleatoriamente entre la fría piedra grisácea.
El tacto gélido del viento me arañaba la cara, del mismo modo que lo harían las garras de un animal salvaje que curioseaba el tacto de mi piel; una caricia a duras penas dolorosa, alarmando a mi cerebro que tenía que guarecerme en algún lugar. Simplemente me limité a obedecer su silencioso aviso y hui del lugar tan rápido como mis piernas me lo permitían. Sin embargo las puertas estaban cerradas, los timbres no funcionaban y cada vez quedaban menos opciones.
Necesitaba la calidez de un cuerpo, uno que conocía en mayor medida y era mucho más efectivo que la ropa de abrigo que cargaba conmigo. No quería pronunciar su nombre, no deseaba depender de su calor, pero aun así lo necesitaba para sentir la canícula sobre mi fría piel y presenciar un mínimo de protección.
Aun así mi orgullo pudo más que mi deseo de cercanía, impulsándome a recorrer las oscuras calles.
Puertas cerradas a cal y canto, la ausencia de vida humana y animal a los alrededores, presentaba la ciudad como un cementerio con poca iluminación. La falta de movimiento y ruidos me perseguía e intentaban acorralar hasta llevarme por un camino oscuro y sin salida. Esquivarla era posible, pero no indefinido.
Y pese a que corría entre las frías calles, mi mirada —junto a mi cuerpo— se detuvieron frente a una estatua de aspecto extraño: Una mujer con una antorcha se alzaba frente a un edificio que sobresalía de la estética de la metrópolis. Una pétrea toga ocultaba su cuerpo y ésta misma era anudada con otra piedra, emulando un lazo de un color ligeramente más oscuro; verla con un rostro tan calmado no me transmitía la paz que esperaba, y su llama pedregosa no hacía más que llamar mi atención, a la espera de mostrarme algo inesperado.
Mis sospechas se cumplieron.
Dentro de la piedra había una diminuta cavidad, mostrando el hueco perfecto para ubicar un objeto luminoso similar a una vela de pequeño tamaño o una bombilla de un tamaño algo más grande que las comunes de las lámparas. El óvalo de piedra se iluminó de un cálido color amarillo, intentando emular a las llamas que representaba el objeto; seguido de un naranja. Sentí duda, no sólo por su imponente tamaño y grosor en su totalidad, sino porque el propio sueño que estaba viviendo acentuaba la incertidumbre hacia lo desconocido.
¿Qué iba a pasar? ¿Qué tenía que ocurrir a continuación?
Nada. No pasó absolutamente nada fuera de lo normal, más allá de la niebla que empezaba a tragarse la ciudad y ocultando las calles bajo su densidad. Inmediatamente todo se sumió en la espesura blanquecina con ligeras pinceladas grisáceas, y yo di un paso atrás. Cuando las calles aceptaron la invitación de la extraña bruma mi sentido de la supervivencia se activó, alertándome de que no estaba solo en aquel lugar.
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𝕹 o c t i s [1]
Werewolf【Libro I completo】 Elijah Zahara es un adolescente que se muda a Whitby con su padre, el cual lleva años sin saber nada de él e intentará limar asperezas con su hijo. Sin embargo, nadie dice que la adolescencia sea la mejor etapa de la vida donde re...