Capítulo 20. 𝙴𝚕 𝚋𝚎𝚜𝚘

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Irma me dio una bofetada para que volviera en mí después de haberme quedado atontado, tras separarnos del abrazo. Había llegado hasta el límite de mis emociones, potenciadas por algún factor desconocido y, con ello, llevándome por un trance que ni yo mismo era consciente de ello hasta recibir el impacto de su mano contra mi cara. Estaba seria, con las cejas fruncidas y clavándome sus ojos con la fuerza dos lanzas sobre mi propio cráneo. Una mirada potente. Ninguna palabra podría llegar a hacerle justicia realmente, como si ella fuera cualquier cosa, menos humana.

—¿Hay alguien en casa? —respondió, mientras cambiaba su semblante a uno más amable.

—¿Qué?

—Vaya, pues parece que sí —se rió entre dientes mientras me ayudaba a levantarme—. Tenemos mucho de lo que hablar, ¿sabes?

No solía tener mucha fuerza por lo general, pero no llegué a saber de dónde la sacó ella para levantarme del suelo. Era como si un poder desconocido se hubiera instalado en su cuerpo, dándole la posibilidad de levantar cualquier cosa sin importar su peso.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —la observé sin entender nada. Se suponía que ella tenía que estar en clase y no en este lugar.

Ella sonrió y me llevó hasta la entrada del bosque cercano al instituto. No caminamos por demasiado tiempo, pero fue el suficiente para volver a conectar mi cerebro a lo que estaba pasando. Irma sólo se limitó a llevarme a algún lugar que ella conocía, un paraje lleno de vegetación, donde un viejo tocón talado de gran tamaño descansaba sobre el suelo lleno de hojas de diferentes aspectos.

Me sentó y se marchó por un momento sin dirigirme la palabra. ¿A dónde iba? Cuando volvió sentí un ligero olor afrutado a mi alrededor que poco a poco iba acrecentando el aroma que desprendía. Me recordó a los ambientadores de gama alta con un punto intenso, los cuales poco a poco podían invadir un habitáculo al cabo de unos minutos. Pero esto era diferente, nada que ver con aquellas figuras plastificadas rellenas de químicos.

—Eso los mantendrá alejados por un rato —se dijo tras salir por un arbusto.

—¿Qué eres? —pregunté confundido.

—¿Yo? —se señaló a sí misma—. Simplemente una estudiante de instituto que sabe muchas cosas.

Sonrió y poco después de acercarse a mí me analizó, esperando ver algo en mí. No podía saber lo que era, pero me sentía un tanto violentado ante su escrutinio visual.

—¿Por qué me has traído aquí? ¿Qué has hecho? ¿Qué es ese olor? ¿Por qué...?

—¡Eh, eh! —me cortó—, las preguntas de una en una. Y no te creas que voy a responderte todas, porque eso no sería justo.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué no?

—¿Por qué? —repitió incrédula— ¿Acaso soy yo tu consejera personal?

—No, la verdad es que no —no pude evitar reírme por los nervios. Podría parecer muchas cosas, pero esa opción no estaba entre ellas.

Tras terminar de observarme con la mirada me dio la espalda. No parecía especialmente contenta y tampoco enfadada, como si esto ella ya lo hubiera visto en algún momento. Solamente se limitaba a seguir las pautas; evitando todo aquello que podría molestar en esta conversación, meditando si todo fue según la hipotética predicción, y pensando si algún cabo suelto estaba amenazando en cualquier lugar o momento exacto. 

Esa fue mi sensación durante su silencio, uno que mantenía con fuerza.

—Eres muy lento —respondió finalmente, después de un buen rato callada—. No puedes seguir alargando esto, tienes que elegir te guste o no.

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora