Capítulo 41. 𝚁𝚎𝚜𝚞𝚛𝚛𝚎𝚌𝚌𝚒ó𝚗

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Estaba dejando que el mar me llevara a la deriva y soñé.

Flotaba sobre el agua negra tan densa como el petróleo sin sentir ninguna emoción. Podía escuchar el goteo de un grifo mal cerrado, gota a gota emanaba sonidos provenientes del agua. Entre ellos lamentos y gritos, pero uno de esos gritos me hizo centrarme en el sonido que expresaba al lanzarse a modo de eco. Mi mente sólo podía conjurar el sonido más hermoso que jamás había escuchado en toda mi existencia, un alarido animal y sobrenatural.

Aquella oscuridad acuosa me mecía como si me encontrara en una cuna, sintiendo una calidez que me resultaba totalmente familiar. El rugido volvió y esta vez pareció que mezclaba la ira con el lamento, una combinación roja y azulada que se licuaba en el espacio en forma de círculo similar a la Luna llena. Tenía ganas de tocarla, alargar la mano y acariciar aquella escultura semi-líquida con la punta de los dedos.

¿Estaba dormido? No, no lo estaba. Un sueño no podía ser tan perfecto, dónde no sentía el frío del terror, el calor de la ira, la dureza de la indiferencia, el volátil susurro de una sonrisa incompleta... Estaba muerto. Sí, eso era. Noel había acabado con mi vida y mi alma estaba navegando sin rumbo entre las agua de Caronte, un atrevimiento muy osado porque iba sin monedas para pagar mi peaje hasta las profundidades del Inframundo.

Porque había pecado muchas veces: Fui mezquino, herí a personas que quería, odié hasta desear la muerte de alguien, me aproveché de los momentos... Fui egoísta.

 —No te vayas...  —lamentó una luz de color amarillo, similar a un diente de león. Me recordó a alguien, pero no podía saber realmente la identidad de aquella voz; me imaginé ahora mismo a una luciérnaga, la más hermosa de toda su especie volando sobre aquella Luna bicolor—. No me dejes, Elijah...

Ah... Sabía mi nombre. 

Lo pronunciaba con tanta profundidad que creí que el sonido me elevaría hasta el cielo y no me dejaría caer. Evitaría que el barquero de la mitología griega me hundiera con su añejo remo, empujándome hacia el abismo donde los insensatos pagaban las consecuencias de su avilantez. Quizás, si me elevaba como esperaba, podía saber qué clase de tacto tendría la luna cuando la tocara con mis manos. Yo la imaginaba cálida y fría al mismo tiempo, una antítesis imaginaria.


De repente un sonido sordo descentró mi atención de la Luna de dos colores. Una sonada sacudió las agua, yo entre ellas, a la vez que provocaba que aquella voz aquejumbrada se volviera un chirrido deformado en el especio. Me asusté, pero la voz volvió a nombrarme en un lamento:

 —¡Por favor, no te vayas! ¡Quédate conmigo, Elijah! ¡No puedes irte y dejarme solo!  —suplicó con profundo dolor; siendo casi agonía.

El cielo blanco se transformó en uno con nubes de un gris suaves y comenzó a llover. Una llovizna agradable y débil que me mojaba la cara y parte de mi cuerpo en la superficie. No pude evitar sonreír. Me dieron ganas de decir algo, pero no tenía voz, tan solo unos escasos pensamiento rezumbaban por la sala en estéreo.

 —¡Sálvalo!  —gritó la voz rota en un clamor —. ¡Necesito que lo resucites!  —gritó esta vez antes de volver al profundo llanto.

Pobre. Nadie debería de lamentar mi muerte con tanta viveza, eso no debía de ser así. Yo estaba en paz, tranquilo, dejando que la corriente me llevara. ¿Por qué se preocupa la voz? Yo estaba perfectamente.

 —¡No estoy segura si podré hacerlo, ha perdido mucha sangre y siento que se está yendo!  —gritó una voz femenina, parecía alterada.

 —¡Te lo suplico, sálvalo, es lo único que tengo!  —rugió la voz en forma de luciérnaga. 

La luna pareció empezar a desquebrajarse poco a poco, formando hileras de color negro azabache que se abrían paso entre los colores rojo y azul, ahora con tono muerto y apagado. Las aguas se agitaron nuevamente y yo comencé a sentir la primera sensación: Dolor. Una sensación muy superficial, como si me estuviera despertando de este sueño.

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora