Capítulo 12. 𝙳𝚎𝚜𝚌𝚘𝚗𝚏𝚒𝚊𝚗𝚣𝚊

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Apenas era medio día cuando crucé el umbral de la puerta con la mirada ausente, mientras me preguntaba si la situación del bosque fue realmente un cortejo por parte de Ulick o, quizás, yo mismo lo estaba malinterpretando. También pensé en Noah y en su cambio de humor cuando lo pude observar desde la ventana. Parecía diferente. Sus gestos eran más agradables a la vista, pero por alguna extraña razón lo sentía más distante que de costumbre. 

¿Habría escuchado lo que pasó en la playa? 

No, no lo podía saber. Nadie hablaba con aquel grupo.

Tuve suerte de que la lluvia no acabara por empaparme como había pasado en otras ocasiones, y por una razón desconocida me sentí sucio al pensar en el pelinegro, empujándome a subir a mi habitación para cambiarme de ropa. 

No iba a salir, así que un simple pantalón y una camiseta vieja iban a ser el atuendo de lo que restaba de día mientras terminaba un trabajo de clase. Lo cierto era que no quería hacerlo, mi mente me incitaba a dejarlo de lado y centrarme más en las fotos, recordándome indirectamente la conversación con Ulick. Casi parecía que el cerebro aceptaba esa imagen y, en lugar de provocarme una sensación de incomodidad, más bien fue una tímida vergüenza.


Sacudí la cabeza varias veces. No tenía que descentrarme, esta tarea tenía que ser terminada lo antes posibles; lo primero fue empergeñar un borrador sencillo, ordenado, y con las ideas más relevantes sin llegar a abusar del contenido.

Observé el trabajo calmado. A veces me preguntaba la razón de por qué llegaba a ser calmado y en otras, por desgracia, metía de cabeza en un tornado de emociones intensas y ansiedad. Una sensación angustiosa e inconmensurable que no siempre era posible extirpar; no tenía nombre, porque recordarla me hacia revivirla, al menos, por una milésima de segundo con temor extender dicha sensación. Volví a sacudir la cabeza e intenté centrarme en el trabajo nuevamente. Esta vez esperaba adoptar una postura impertérrita, al menos durante el tiempo necesario para no perder la tarde en la misma cosa. 

Por suerte o por desgracia terminé el trabajo a las siete, en el momento justo en el que Eddy llegaba a casa con una caja de gran tamaño y de simple apariencia exterior, y la otra siendo más pequeña y colorida.

Le observé desde las escaleras y él me devolvió la mirada junto una sonrisa llena de satisfacción. Parecía que hoy había tenido un buen día, aunque no vestía de la forma habitual: Llevaba unas botas negras que no se parecían en nada a las desgastadas de los demás días, el pantalón y la chaqueta con estampado de camuflaje llamó mi atención totalmente  —obviamente no era su vestimenta habitual—; en su cabello unas pequeñas hojas se enredaron bajo su intento fallido de ocultarlo con la gorra deportiva color musgo. 

Se fue en dirección a la puerta que siempre estaba cerrada, pero estaba vez él sacó un llavero con una bala hueca adornando el manojo; colocó la llave en su lugar y cuando entró cerró con pestillo desde dentro.

Tardó cerca de diez minutos para volver a subir, cerrar la puerta con varias llaves y dejar la bolsa de color naranja sobre la mesa. Ambos nos miramos y él seguía sonriendo amablemente; aunque intenté no darle mayor importancia a lo que había pasado, tenía la sensación de que ese lugar guardaba algún secreto. Claro, yo no podía meter las narices en sus cosas, pero algo en aquel lugar me causaba una mezcla de curiosidad y ansiedad, como si el secreto se hallara con un deje oscuro y alarmante al mismo tiempo.

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Dormí sin experimentar ningún sueño aquella noche. No hubieron pesadillas extrañas, ni intentos de asesinato, ni nada que incitara a una ensoñación con tinturas homoeróticas. Nada. Un recuerdo totalmente negro e imperturbable. Tampoco fue algo que realmente me preocupara en demasía, dado que el domingo me levanté temprano y, la noche anterior, conllevó a tener demasiadas horas de sueño cargadas en forma de cansancio mental. 

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora