3. 𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚎𝚕 𝚟𝚊𝚕𝚘𝚛 𝚢 𝚎𝚕 𝚎𝚛𝚛𝚘𝚛

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El día siguiente no sabría cómo calificarlo, realmente. No sabía si fue mejor o peor en el mismo instante que decidí salir de la cama. 

Diría que fue mejor, porque ese día ninguna estúpida lluvia amenazó en caer al salir por la puerta de casa, pero el cielo estaba encapotado y oscuro. Las nubes eran densas y rellenadas de un gris oscuro, haciéndome dudar de si iba a caer una tromba de agua capaz de provocar un aluvión por la carretera.

Fue fácil creer que, ese día, no iba a llover cuando mantuve la mirada tras el cristal. O a lo mejor era una mentira que me repetía constantemente, hasta que llegué a clase y así deshacerme de ello.

También podría decir que fue bueno, porque alguien nuevo se sentó a mi lado en clase de español. Helena era su nombre. 

Su cabello daba la apariencia propia de una cascada hecha de oro, aunque salvaje e indomable, pese a que intentara domarlo con una cinta de color dorado que se camuflaba entre los mechones. Los ojos verdes mostraban energía y vitalidad, siendo por lejos muy distintos a los míos, los cuales mostraban un constante aburrimiento y un notorio cansancio. La piel, lejos de la clásica pálida a la que estaba acostumbrado a ver, era de un ligero bronceado que obtuve gracias a la genética. 


Alguna que otra vez le pillaba lanzándome mensajes con la mirada que no supe interpretar, aunque podría adelantar que podríamos llevarnos bien con el paso del tiempo. Sólo había un pequeño detalle: Pese a parecer afable, había algo dentro de mí que me avisaba que ella tenía un secreto; uno oscuro.

Irma, desde la otra punta de la clase, volvía a llevar un tipo de vestimenta demasiado extraño para tomarla como una persona normal; y claro, tampoco pasó desapercibida esa mirada fulminante que le lanzaba a la nueva. 

Hoy vestía completamente de marrón, junto a una diadema verde oscuro con algunas hojas. Cuanto más la veía, más me daba la sensación de que parecía más un árbol y no una alumna de esta clase. Sólo le faltaban las luces navideñas alrededor de su cuerpo para creer que estábamos en navidad.


Me sentía bien con  Helena en algunos ratos, pero en otros no. A veces me daba la sensación de que tenía una intención diferente usual, aunque terminé por restarle importancia conforme intercambiábamos algunas palabras; hablando de todo un poco. Sorpresivamente esto me demostró que también era una chica divertida. Nunca había conocido a nadie tan agradable, sin ningún además de ser excesiva en sus preguntas o en juzgarme por mi aspecto.

Aparte de Claire, claro.


En la hora del almuerzo me senté en la misma mesa de ayer, pero en esta ocasión Helena se nos unió junto a dos chicos más que no pude recordar sus nombres. Ya reconocía sus caras, pero no podía recordar el momento en el que sus nombres salieron de sus bocas. 

Divertida y entretenida al momento. Hacía bromas, piques, comentarios divertidos... Llegó y no perdía el tiempo en incorporarse.

Me encontré bien en aquel momento, como un pez que no estaba nadando en una pecera ni un acuario, sino en un mar amplio sin limitaciones. Se sentía bien porque estaba nadando con naturalidad, siendo yo mismo, y no ahogándome por el miedo a las posibles miradas que podría haber recibido por parte de otros. Aquí me sentía más integrado de lo que pensaba.

Sin embargo, todo lo bueno también tenía cosas negativas. 

Pese a esto, estaba bastante agotado. La noche anterior fue pesada: Los búhos ululaban al lado de la ventana, mientras reposaban sobre el árbol más cercano, el viento siseaba un estridente sonido que me despertó varias veces, y los pequeños golpes contra la ventana fueron la gota que colmó el vaso. 

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora