5. 𝙰𝚌𝚌𝚒𝚍𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚢 𝚌𝚘𝚗𝚏𝚕𝚒𝚌𝚝𝚘𝚜

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Hubo un cambio.

Lo sabía en ese instante en el que abrí los ojos en la mañana y miré en dirección a la ventana. 

La causante de que yo lo supiera fue la luz del exterior desde el tragaluz, porque ahora mismo la luminosidad era mucho más clara que los anteriores días. Un gris azulado se esparcía hasta donde mi vista podía alcanzar, dándole un aspecto similar al mar durante una tormenta que recién se estaba formando. Acompañada a esa imagen, los débiles rayos de luz se abrían paso con timidez entre las grisáceas nubes.

No había niebla, aquel manto fantasmagórico que te saludaba durante las mañanas, porque la ventana me decía ーen esta ocasiónー que lo que había afuera iba a darme la respuesta, una que no esperaba. Era hora de levantarse y comprobarlo por mí mismo.

Nieve y hielo. Mi rostro expresó un notable gesto que mezclaba el pavor con la incredulidad. 

Las diferentes capas de hielo envolvieron el ambiente que podía alcanzar con la mirada: árboles, mi coche y el de los vecinos, las ventanas, los tenderetes... Todo, absolutamente todo había sido tocado por el hielo y restos de la nieve que aún se podía encontrar. Incluso los caminos y carreteras habían adoptado un nuevo aspecto blanquecino, dándole un aspecto que intensificaba mi gesto, uno que parecía haberse quedado inmortalizado en mi cara.

Ayer, durante la noche, llovió como solía pasar casi siempre en este lugar. Sin embargo, no había contado con que el clima me daría una terrible sorpresa: El hielo que se había formado después de que la nieve se fuera derritiendo.

Los pinos y árboles más cercanos amenazaban con agujas de hielo, y pese a que su aspecto era terriblemente hermoso, eso lo hacía una zona de obstáculos. La propia calzada lo era, junto a la carretera (algunas partes), mostrándome que su superficie iba a ser resbaladiza y mortífera, con grandes probabilidades de caerme de bruces en más de una ocasión. Ya era un poco difícil caminar sobre el terreno pedregoso, y ahora el nivel de dificultad había ascendido con más levedad.

Este lugar me odiaba, y lo mejor sería que me volviera a meter en la cama para no sufrir ningún tipo de daño, pero no podía hacerlo por mucho que me molestase. 

Hoy no.

Escuché la despedida de Eddy cuando salí del cuarto, anunciándome con la rapidez de sus palabras que se iba al trabajo. Siempre se marchaba a trabajar temprano; era muy aplicado con su oficio, aunque habían días que salía durante la madrugada y en silencio. Extraño, cabía aclarar, aunque yo no era su padre para cuestionarle.

Visto con perspectiva, la cosa no era tan mala. Su ausencia durante las mañanas y parte de la tarde me hacían creer que era como vivir en mi propia casa, a solas, sin compañeros de piso molestos ni mascotas que anduvieran de un lado a otro. Muchos podrían creer que esta experiencia me haría sentir solo, sin embargo eso no era así. Me gustaba la soledad, la disfrutaba en cada momento, lo que me hacía no sentirme solo al abrazarla con tanta naturalidad.

Miré el reloj y tenía menos tiempo del que creía.

Con rapidez me acerqué a la cocina y agradecí por dentro que Eddy me hubiera dejado una taza de café junto a un dulce. No lo veía tan considerado, aunque teniendo en cuenta que le estaba haciendo un favor encargándome de las tareas que él no hacía, este gesto me pareció adecuado.

Mientras miraba el reloj de vez en cuando para calcular la hora y no llegar tarde, una sensación se instaló en mi cerebro, lo que dio paso a pensar con perspectiva en lo que había pasado ayer.

Siendo sincero, el instituto era bastante abrumador pero habían cosas que me alteraban de una u otra forma, haciéndome mezclar las cosas buenas con las malas: El estúpido de Noah Grey y su séquito, Ulick Donovan y sus sonrisas extrañas, mis nuevos amigos del instituto, el clima que no dejaba de sorprenderme negativamente, las clases de geografía que se me hacían eternas y aburridas... Y también, aunque no tenía nada que ver con esto, también pensaba en Claire.

𝕹 o c t i s  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora