Epilogo

1.7K 131 65
                                    

Pasé los siguientes meses en la casa de mi abuela en Lyon.

Tenía una linda casa que ocupaba casi un cuarto de manzana; era blanca y tenía el patio suficiente para que sus cinco perros corrieran. Me gustaba estar en el balcón y ver hacia la calle, lo hacía de forma hipnotica casi sin darme cuenta, siempre me sentaba con uno de los libros y acariciaba la portada mientras veía los autos pasar. También salía salir allí para pintar; siempre el mismo lugar. Un dia estaba sentada tranquila mientras esperaba que la pintura se secará cuando escuche la primera bomba en mi vida. Casi me caigo de la silla y sentía mi corazón escaparse por mi boca, mis oídos quedaron entumecidos. Los siguientes días y semanas ya me había acostumbrado, a veces eran de noche, a veces de dia. A veces escuchaba los llantos de los niños, a veces eran de personas adultas....a veces eran los míos.

Una mañana de agosto de 1944 desperté con la radio a todo volumen anunciando la liberación de Francia. Y un año después se anunciaba el final de la guerra. Alemania había perdido y Hitler se suicidó. Recuerdo ver a mis padres llorando, recuerdo ver el ejército estadounidense recorrer las calles, recuerdo ver la bandera Francesa arriarse siendo azotada por el viento victorioso. Recuerdo que las personas salieron a festejar.

Recuerdo el abrazo de mi madre. Recuerdo pensar que Basile no estaba tan errado.

Me hubiese gustado ver su cara cuando anunciaron la liberación de Francia, o cuando todo termino, pero no lo hice porque no sabía dónde estaba. Me lo imaginaba feliz corriendo por las calles de Paris, agitando la bandera y gritando junto a sus amigos.

Vivo.

Me hubiese gustado estar con él. Con él y con Charlotte. Me hubiese gustado ver a Charlotte junto a mí y no a metros de distancia ayudando a curar las heridas del soldado que regresaban de la guerra como voluntaria como lo hice una vez. Había acompañado a mi abuela a hacerse unos estudios cuando la vi; limpiaba con delicadeza una herida de un soldado moribundo, le sonreía con dulzura tratando de aliviar su dolor ¿pero quién aliviaba el de ella? No me acerque y no le hable.

No volví a ver a Lando, ni Basile, ni a ella.

Ni a Sebastian.

Supe que algunos soldados alemanes se suicidaban antes que los oficiales aliados le atraparan para matarles o torturarlos. Deseaba que él siga con vida.

Lo imaginaba en Suiza, en el campo de su padre, fumando un cigarrillo tirando en su cama mientras veía por la ventana el paisaje y el viento de la primavera despeinaba su cabello.

A veces me veía a mí junto a él.

Llore en el regazo de mi padre nuevamente esa noche luego de hablar . No supe con exactitud cuando se había enterado ni desde cuando lo sabía, él no dijo nada y yo tampoco. No me pidió explicaciones, ni me juzgo, solo me dejo llorar en su regazo toda la noche para luego juntar mis padeces de porcelana frailes e intentar pegarlos. Me dijo que el pegamento iba a tardar algunos días, semanas, meses en secar pero que no me preocupara que era normal, que los corazones rotos eran los más difíciles de pegar nuevamente pero no imposibles. Que dolían pero en cada caía se hacían más fuertes.

Mamá nunca supo de mi prohibido romancé.

Sebastian no volvió a casa luego de esa tarde en el balcón. Una semana después mando a un grupo de soldados a que buscaran sus cosas y yo desde mi habitación abrazando su almohada oída como su cuarto era desalojado.

Luego se fue. Se marchó del pueblo y nunca más lo vi.

Al poco tiempo supe que los soldados también habían abandonado el pueblo. Nosotros pudimos salir antes gracias a una autorización, que tiempo después, supe que él había firmado. Y no volví al pueblo desde entonces.

Cuando todo término fui a Paris papá y mamá me alquilaron un departamento cerca de la universidad y todos los fines de semana se iban a visitarme. Mamá se empeñó a decorar todo con ayuda de Bonnie y Catherine. Puse en un estante especial los libros que me regalo y bajo mi cama en un cofre de metal las fotografías, cartas y el concierto que me regalo.

Estaba en segundo año de Literatura con mi meta en ser profesora cuando conocí a Matthías. Él era solo un año más grande que yo. Nos la pasamos saliendo todos los días, me esperaba hasta que mis clases terminaran y me acompañaba hasta mi departamento nuevamente. Ese mismo año, en diciembre, le lleve por navidad a comer en la casa de mi abuela y le presente a mi familia. Mamá y mi abuela quedaron encantadas; mamá quería correr arriba y preparar sus maletan para ya pasar tiempo en la finca de la familia de Matthias. Papá nos miraba callado pero con una pequeña sonrisa, estaba feliz que estuviera superando, y asi era. Me estaba enamorando de Matthias.

Me pidió matrimonio dos años despues y acepte. Mientras organizábamos la boda él se vino a vivir conmigo. Decidimos aplazar los planes a fines del siguiente año hasta que me reciba. En octubre nos casamos. Fui del brazo de mi padre y Bonnie y Catherine fueron unas de mis damas de honor.

Fue el dia más feliz de mi vida.

Vi a Charlotte por última vez; estaba viendo una vidriera de ropa en Paris cuando ella esperaba a fuera de un local en la vereda de enfrente junto a uno de sus hermanos. Se había cortado el pelo y vestía de enfermera. Quise ir y pedirle disculpas por abandonarla y a haber amado al asesino de su padre pero simplemente me quede viéndola pasmada y orgullosa como salio adelante sin ayuda de nadie. La vi alejarse con su hermano y del brazo de Alex con una pequeña niña que cargaba él.

Era feliz.

Para mi tesis escribí esta historia. Le cambie mi nombre y le entregue a mi profesora. Nunca le dije que era la historia de cómo conocí a mi primer amor, de cómo experimente el amor, de cómo tal vez si nos hubiésemos conocido dos años después hoy podría seguir viéndolo o tendría a mis amigos, que tal vez un hombre inocente estuviera vivo y mi amiga tendría un padre.

A veces sueño despierta. A veces mientras me amaco en mi mecedora y acaricio mi panza de 6 meses mi mente se desconecta y me lleva a mi antigua habitación. A veces creo sentir la piel suave de la espalda de Sebastian bajo las llenas de mis dedos. A veces lo siento dormir junto a mí en el pequeño colchón.

A veces creo encontrármelo en la calle
A veces solo, a veces con hijos, a veces con una mujer a su lado, a veces esperándome. A veces cruzando esa delgada línea de entre querer pasar un rato y querer pasar toda la vida; a veces me ponía a pensar que él quiso lo segundo cuando me busco. A veces, y solo a veces me castigaba porque aun dentro de mi alma conservaba aquel cariño que tenía hacia él.

-¿Eres feliz? -le pregunté mientras lo veía a mi lado recostado. Él abrió un poco los ojos pero lo suficiente para que sus ojos celestes puedan hacer contacto con los míos.

-¿A qué viene esa pregunta?.

Me encogí de hombros sin querer decirle- solo preguntaba.

Sonrió mostrando sus dientes y tiro de mi hasta acostarme a su lado y el enterrar su nariz en mi cabello -Hay momentos que sí.

-¿Cómo cuáles? - pregunté curiosa.

-Cómo este.

Buenas Noches SebastianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora