Theo miró a Noel con aburrimiento, no se había cansado de contar la historia de cómo los lobos sin manada los habían atacado. Miro como el salón de clases estaba expectante de la descripción de su amigo del hechicero que les mandaba. El profesor de esa clases se había ido a la dirección y dijo que se demoraría al menos una hora.
Miro como Candace negaba con la cabeza y mientras seguía con su tarea, Lana miraba el cabello de Candace concentrada. Ricardo dormía sobre su carpeta y Zatch asentía a todo lo que decía Noel.
El no podía dejar de pensar en una de las pistolas con balas de plata reforzada que tenía escondida en el bolsillo y en todas las armas que estaban en su habitación. Ya habían pasado varios días desde que llegó el dichoso Baúl, se había pasado horas ordenando, limpiando cada arma y municiones que encontraba. No se lo había dicho a nadie, aunque sintió tentación en contárselo a Noel. Se retuvo porque su amigo podría asustarse.
A diferencia de él, que desde niño había sido entrenado para esperar lo peor. Noel y las personas de la manada, llevaban una vida muy tranquila. Sabía que lo más complicado que podría pasar ahí, eran lobos sin manada que aparecían de vez en cuando, algunos duendes o seres casi nada peligroso y que algún vampiro, hombre lobo o cazador peleaban entre ellos por tonterías. La manada de su padre era realmente pacífica y el ataque de ese hechicero hacia un grupo de jóvenes había puesto de cabeza a todos. Su padre parecia mas nervioso y todos no salían de su asombro a pesar que habían pasado muchos días.
Eso le asustaba, su tío le había mandado un claro mensaje diciéndole que se defienda, ¿pero de que?, temía que el hechicero vuelva y pueda hacerle daño alguien de la manada.
Se levantó sin que nadie más lo notara y salió del salón de clases. Fue hacia la terraza de la escuela. Él no solía fumar, lo hacía Gabriela y Bael, los gemelos solían robarles cajetillas a su padre y fumarlas a escondidas. Contó en su mente las innumerables veces que le había quitado las cajetillas a esos dos, de hecho ahora mismo tenía la última cajetilla que le había quitado a Gabriela en el bolsillo de su chaqueta. Era su chaqueta favorita y la había usado unos días antes de irse del reino, dejo algunas cosas en sus bolsillos como las llaves de su casa, audífonos , la caja de cigarrillos y un encendedor rosa, que le había pertenecido a Gabriela.
Podía escuchar la voz de Gabriela diciéndole hipócrita mientras encendía el primer cigarrillo.
—¿Fumas?—escucho la voz de Taylor—. No pensé que alguien como tu fumaría.
—¿Alguien como yo?—dijo con voz calmada y botando el humo del cigarrillo.
Aunque por dentro estaba inquieto, su lobo movía la cola por sentir a su mate cerca. No había hablado con ella desde el día del ataque, solo se habían saludado por los pasillos de la escuela, los dos escoltados por su respectivo grupo de amigos.
—Pareces ser don perfecto, que come cosas sanas y desaprueba cosas como estas—se acercó a él y extendió su mano.
—No me digas que quieres que bote la cenizas en tu mano.
—No seas idiota—se rio ella—. Quiero un cigarrillo.
—Pero eres humana—replicó él.
Ella alzó una ceja y él se aclaró rápidamente.
—Los humanos no se pueden regenerar de las enfermedades que producen fumar.
—¿Me lo darás o no?—ella seguía con el brazo extendido y la palma de la mano expectante.