Gold: Capítulo 2

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En medio de una oscura y fría noche caminó por una ruta no definida, simplemente pasando por el césped rodeado de árboles teñidos de muerte, anunciando la pronta llegada del otoño.

Podía escuchar con claridad los pasos de la niña que lo seguía, de hecho, pisaba con fuerza, esforzándose por cargar el peso que llevaba en la espalda, y eso comenzaba a taladrarle los oídos al vampiro.

Cuando creyó estar lo suficientemente lejos como para que nadie lo viera, volteó hacia la niña.

Dame eso.

Tomó la mochila y se la echó al hombro, ciertamente era pesada, pero no le supondría un problema. Continuó su camino, escuchando las ligeras e indecisas pisadas de esa niña que lo seguía con inseguridad.

Cuando la vio antes de salir creyó haberla visto antes, pero no estaba del todo seguro, de todos modos, no pensaba decir nada al respecto. Se preguntaba por qué Akida había elegido precisamente a esa niña, su complexión débil solo suponía un problema en una misión como la que debía llevar acabo.

Siguió avanzando hasta casi llegar a una pradera, sabiendo que las noches comenzarían a ser más frías, decidió detenerse cerca de un árbol que impidiera al viento molestarlos. Se sentó dejando la mochila a un lado y se acomodó para dormir.

No era algo que solía hacer, de hecho, sus viajes comenzaban por las noches porque lo prefería de esa manera, andar entre el silencio y la oscuridad, acompañado únicamente por la luna para iluminar su camino.

Claro que esa ocasión era distinta, debía cuidar de una pequeña criatura porque así lo había decidido, y respetaría el hecho de que ella necesitaba noches de sueño para reponer energía. De todos modos, tendría una semana para completar su misión, y se aseguraría de tardar tanto como le sea posible.

Con eso en mente, intentó descansar.

Despertó con la calidez del sol sobre ellos, y con el aroma que solía dar el rocío de la mañana. Su mirada ambarina buscó a su pequeña compañera, y la encontró durmiendo cómodamente usando la mochila como almohada y su capa roja como una cobija que la protegía del frío.

Ahora podía estar totalmente seguro de que había ayudado a esa niña antes, de lo contrario no tendría la confianza de permanecer tan cerca. La observó durante unos minutos sin lograr recordar.

Esperó pacientemente a que ella despertara, estaba seguro de que ella no tendría oportunidades como esta si continuaba su vida como escudera.

Cuando él había llegado a Índigo también había pasado mucho tiempo cansado, herido, hambriento, todo con tal de aprender rápidamente a ser el arma perfecta. Odiaba de sobremanera el dinero y cómo solo eso era capaz de mover a las personas, no había más motivo que un par de billetes, eso lo llevaba a pensar cómo habría sido su vida si sus propios padres no lo hubiesen vendido.

Su única conclusión es que eso jamás habría pasado, o simplemente lo habrían vendido a alguien más. Recordaba que no les hacía falta nada, pero tenían una especie de obsesión que los obligaba a ganar más y más. Se preguntaba si sus hermanos habrían tenido más suerte, pero no le servía para nada pensar en ello, solo le daría angustia, y era algo que no podía resolver.

Había crecido solo y así continuaría su vida, solo.

Escuchó como la niña se movía bajo su capa y pronto se sentó, frotando sus párpados para espantar la sensación de sueño. Observó desorientada el lugar hasta que sus ojos rojizos encontraron unos dorados.

Ya no estaba asustada como antes.

Yeicold se limitó a ofrecerle una bolsa de cuero que contenía algo de comida y agua, cuando ella lo tomó él se levantó para estirarse y observar un poco mejor su alrededor.

Aquella pradera estaba lejos de Andorhal, quizá demasiado, y ese lugar estaba todavía más lejos de Lor'danel, el sitio al que debía llegar, así que tendría que apresurar el paso, el camino de vuelta sería más tranquilo.

Tras comer y beber un poco, volvió a cargar la mochila y continuó caminando, sorprendido por el silencio de aquella niña de la cual no sabía nada.

Tampoco le preguntaría, no obtendría respuesta, una pequeña cicatriz en su cuello le decía todo lo que necesitaba saber. Al igual que todos los escuderos, era imposible que tuvieran el más mínimo conocimiento de sí mismos.

A pesar de su complexión débil, ella le siguió el paso durante horas sin una sola queja, simplemente observando los paisajes que cruzaban sin alejarse de él.

Continuó así durante días, aunque cada vez se tomaba un poco más de libertades, actuando como la pequeña niña que debía ser, curiosa y juguetona, dando saltitos sobre el césped.

Yeicold estaba seguro de que la escucharía cantar sobre la marcha si tan solo ella supiera alguna canción.

En ocasiones ella lo adelantaba corriendo para fijarse en lo que sea que llamara su atención, y cuando lo escuchaba pasar a su lado, volvía a caminar tras él, aprovechando de conocer todo cuando pudiera sin hacerle perder el tiempo.

Ya entrada la noche se detuvo junto a un árbol para descansar. Pensaba que aquella niña estaría agotada con ese largo día de viaje, pero contrario a eso, corría de un sitio a otro observando todo cuanto la luna y las estrellas le permitía ver.

Le parecía bastante ruidosa, aunque eso le ayudaba a mantenerse alerta, y su fino oído no perdía detalle alguno.

Sentado en el suelo, apoyó su espalda contra el tronco y cerró los ojos, para su tranquilidad no percibía nada preocupante, y los pasos de la niña resonaban lo suficientemente alto para permitirle deducir dónde estaba.

Cuando dejó de escucharla comenzó a quedarse dormido, al menos hasta que volvió a oírla, esta vez, acercándose a él. No tuvo que abrir los ojos para saber que estaba a su lado nuevamente, aunque le parecía extraño que su aroma había cambiado.

De pronto sintió que tiraba suavemente de su capa.

Abrió los ojos y la encontró a un lado, entonces ella le acercó una flor blanca, ofreciéndosela. Casi por inercia la tomó con su mano derecha, y le vio sonreír ampliamente antes de irse corriendo nuevamente.

Un nenúfar blanco, una flor que solo florece durante la noche y se cierra durante el día.

...

¿Por qué?

Ya la había arrancado de donde sea que la hubiera encontrado, iba a morir inevitablemente. ¿Y él para qué quería una flor?

En cualquier caso, ella parecía muy feliz de que la aceptara.

Rebuscó un frasco de vidrio en la mochila y la colocó dentro, y de una cantimplora agregó un poco de agua. Sabía que moriría pronto, quizá no tenía sentido que tratara de salvarla al menos unos instantes más, pero ¿acaso no era lo mismo que estaba haciendo con esa niña?

Apartarla de su agonía y protegerla un momento para impedir su inevitable final.

Suspiró, cansado, no solo de ese día de viaje, sino también de la miserable vida que le había tocado.

Regresó el frasco a la mochila y volvió a cerrar los ojos con la intención de dormir.

[GC] AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora