Parpadeó pesadamente cuando unas pequeñas manos tiraban de su capucha con insistencia.
Sentía su propio cuerpo demasiado adolorido como para levantarse, y su cabeza seguía dando vueltas, debilitando todos sus sentidos. Tuvo que parpadear varias veces para recuperar la nitidez de su visión.
La niña estaba preocupada, generalmente era él quien la despertaba, y ahora lo veía tan débil, incluso si Yeicold tenía la piel pálida por su naturaleza vampírica, ahora el papel más inmaculado parecería manchado al lado de él.
—¿Estás enfermo? —preguntó inocentemente.
Él se sorprendió, todo lo que había oído de ella antes eran simples sonidos para afirmar o negar, no había dicho ni una palabra desde que comenzaron ese viaje.
—No.
O al menos esperaba que no, sin embargo, se sentía muy débil. Colocó una mano sobre su frente y para su alivio comprobó que no tenía fiebre.
Al menos aún no.
Se levantó con dificultad y se dispuso a caminar, casi arrastrando los pies comenzó la ruta de regreso. El sol en lo alto le indicaba que probablemente ya había pasado el mediodía, había dormido demasiado y continuaba igual de mal.
La pequeña solo se limitó a seguirlo, no había nada que pudiera hacer más que cargar esa mochila.
Descansaron varias veces durante el transcurso del día, cada vez que Yeicold sentía que estaba cerca de desvanecerse, y apenas el sol se puso, se había quedado inconsciente de nuevo.
Al día siguiente volvió a hacer el esfuerzo, pero parecía inútil, al menos aquel día se sentía un poco mejor. La cabeza le dolía, aunque los mareos ya habían parado.
Se arrodilló junto a una rivera y se mojó la cara, intentando entender por qué el agotamiento lo seguía acompañando insistentemente. Un suspiro es todo lo que escapó de sus labios.
—¡Al fin te encuentro!
Se volteó rápidamente, asustado. Su oído ya no era tan fino, y ni siquiera había escuchado que alguien se acercara. Mantuvo silencio ante el sujeto frente a él, su cabello rubio desordenado como lo recordaba y su siniestra sonrisa llena de burla.
—¿Qué te pasa?, ¿estás enfermo? —soltó una carcajada—. Aunque eso tendría sentido, Akida te espera desde hace ya cuatro días.
"¿Cuatro días?" repitió en su mente, sin poder creer en ello.
Sí, había perdido la noción del tiempo, pero no podía tratarse de tanto, jamás había sido tan descuidado.
—Poco importa, ahora voy para allá.
—¡Oh, eso quiero verlo! —mantuvo su sonrisa, burlándose—. Quiero ver cómo reaccionará al ver cómo le fallaste en una tarea tan sencilla.
—Hice lo que tenía que hacer.
—¿Debo creerte?, tenías un solo objetivo y ayer comprobé que sigue vivo.
Yeicold cerró los ojos, pensando, solo recordaba a aquella persona que lo buscaba, pero no podía ser él, los asesinos de Argenta no eran Therion. Volvió a abrir sus ojos al no encontrar respuesta.
Sí, había fallado miserablemente en algo que había logrado sin esfuerzo muchas veces.
De pronto le vio borrar su sonrisa.
—¿Por qué sigue viva?
Sintió que la niña tiraba ligeramente de su capa, sosteniéndola asustada y tratando de ocultarse detrás de él.
—No se dio la ocasión... —mentía, no tenía intención de lastimarla, pero no era algo que pudiese decir abiertamente.
Y mucho menos delante de uno de los muchos perros de Akida.
Él negó con la cabeza.
—Este ni siquiera es el camino a Índigo, haces una tras otra...
Yeicold se maldijo internamente una vez más, estaba cansado, desorientado, tan perdido en sí mismo y en el futuro que vendría que acabó arruinando todo.
—Dapper, lo voy a solucionar... —intentaba hablar, pero no se le ocurría nada.
Y contra ese tipo de gente tampoco podía usar la vía diplomática.
—Lo voy a arreglar yo, no te preocupes —le volvió a sonreír, con sus cuchillas listas en sus manos.
Sintió cómo la niña tiraba más fuerte de la capa, temblando, así que se volvió hacia ella y le pidió en un susurro que corriera.
Asintió con la cabeza y se fue del lado contrario.
Suspiró nuevamente, desconocía las consecuencias de ponerse a sí mismo al límite, y no tenía otra opción más que descubrirlo.
—Bien, me atrapaste. Imagino que es lo que siempre quisiste, quitarme de en medio.
Había intentado más de una vez comprender a la gente que lo acompañaba en ese terrible lugar, el por qué lo odiaban sin motivo aparente, sobre todo aquellos de rangos más altos en esa sangrienta organización. ¿Envidia?, no lo sabía, aunque podía imaginarlo.
—El favorito... nunca entendí por qué Akida consentía tanto a un niño tan débil.
Yeicold sonrió, sorprendido de que continuara siendo un misterio para tantos.
—¿Quieres saber por qué?, puedes morir sabiéndolo.
Solo era una vida más, un triste número desconocido con el que cargaría. Su método era muy sencillo, subyugar la mente de alguien para conducirlo al suicidio, un corte certero en la garganta era suficiente.
Y hacerlo una vez más casi le costaba la consciencia.
Cayó de rodillas mientras tosía, y el sabor metálico en su boca le hizo comprender tantas cosas. Su agotamiento se debía a una severa fatiga producto de su estrés y previo agotamiento.
No había estado comiendo muy bien, compartía todo cuanto podía con esa niña para ayudarla a mejorar, tampoco recordaba la última vez que había bebido sangre para mantener su energía estable, debió pasarlo por alto con tantas cosas en la cabeza.
Su desorientación con el tiempo, todo su estrés, y su habilidad de subyugación había terminado por hacerlo colapsar de una vez.
Se levantó una vez más para alejarse con dificultad, aunque solo pudo llegar hasta una pequeña cueva con grandes piedras a sus costados, allí se dejó caer una vez más para rendirse ante su agotamiento.
Acabar con Dapper había sido firmar su sentencia de muerte definitiva, ya no podría volver.
Falló su misión, cuidó de una niña indefensa, mató a alguien de alto mando... sin duda había traicionado a Akida de todas las formas posibles.
Y no se arrepentía.
Incluso si no tenía a dónde ir, su consciencia finalmente estaba tranquila.
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[GC] Amarillo
FanfictionDicen que los ojos son las ventanas del alma. Estos personajes guardan grandes secretos tras sus ojos ambarinos...