Tercer Cambio V

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─¿Saco los ganchitos?  ─pregunté saliendo del baño y dirigiéndome hasta la cocina. Con las puertas de varios armarios abiertos y los brazos en jarras miré cada una de las baldas. Por más que busqué no vi ninguna de las bolsas que me sonaba tener guardadas─. ¿Qué ganchitos?

─Los que están ahí.

─Ahí ¿dónde? ─moví algunos de los botes de tomate, kilos de legumbres, tarros de conservas... 

─En el mueble ese... En ese que hay junto al frigorífico.

─Aquí no hay nada; bueno sí, frutos secos y avena ─me reí─. ¿No decías que tú no comías cosas de esas fit?

─Una y no más. Está como una suela de zapato, parece comida de cabras.  ─Reí por su ocurrencia. Tras unos segundos y mientras aún movía cosas para buscar en las zonas posteriores, su voz volvió a sonar aunque esta vez en un tono más bajo─. Espera. Un momento...

Sus pasos se acercaron hasta la zona de la cocina y se apoyó sobre la encimera con el culo en pompa, los codos apoyados y las manos cruzadas bajo su barbilla para mirarme durante unos segundos con los labios fruncidos, ladeados y los ojos entrecerrados.

─Dime una cosa. ¿Qué ganchitos buscas exactamente?... ─ asintió lentamente sin apartar la mirada de mis ojos. Aquello sonó con el mismo tono que utilizaría el poli bueno en un interrogatorio de película.

─Los que compramos hace unos días en el 24 horas. Los pelotazos, los fantasmas esos que sigo sin entender porqué les llaman "pandilla", las galletas con perlitas de chocolate... ─comenté despacio intentando descifrar su mirada─. ¿Sabes los que te digo?

─Vale, ya sé los que me dices. Hay un problema ─chasqueó la lengua habiendo resuelto el "crimen"─. Todo eso que dices... Me lo he comido yo ─Tefi me miró con cara de circunstancia ─, Pero en mi defensa diré que no es mi culpa, que el estrés del trabajo me puede. Y la mala hostia que se me pone, eso puede conmigo aún más.

─La madre que te trajo... ─negué levantándome de las cuclillas en las que estaba durante mi proceso infructuoso de búsqueda.

 ─La señora Perla, para servirle  ─añadió con media sonrisa. Me había tirado buscando las bolsas más de diez minutos y casi notaba la locura en la punta de la lengua; porque comprar lo habíamos comprado ¡vaya si lo habíamos comprado! Pero estar en el armario, lo que se dice estar, pues no. 

Caminó hasta mi posición para sacar, en lugar de lo que queríamos en un principio, unas bolsas de gusanitos y patatas fritas, tostas para dipear y algunas roscas de pan. 

─Pero no hay nada en esta vida que no tenga solución, Alejandra... ─mientras la observaba con los brazos en jarras, ella abrió el frigorífico y rebuscó entre los botes y tarros varios que poblaban los departamentos de la puerta. Finalmente sacó uno de guacamole y otro de queso a las finas hierbas. Cerró el frigorífico y, tras darme un pequeño caderazo cómplice, también sacó unas bolsas de frutos secos del armario donde guardaba "la comida de cabras"─. ¿Has visto? ─sonrió.

─Ya veo, ya. Estás preparada para cualquier imprevisto. Miedo me da preguntarte si guardas por ahí alguna mochila de suministros para un apocalipsis zombie ─me aguanté la risa aún pudiendo observar en su rostro un ligero semblante de culpabilidad por no haber recordado reponer la despensa de nuestra querida, amada y deseada comida basura para los días malos. Y ¿a quién voy a engañar? También para los buenos.

─¿Lo dudabas? ─volvió descalza hasta su dormitorio─. ¡Y saca también un bote de aceitunas! Pero de las de anchoa no y de las que llevan anchoa y ajos enteros tampoco, de las otras, de las que tienen hueso; así Miriam puede comerlas también.

Soy Diferente© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora