Capítulo 24

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En las horas del trabajo

Incluso si Mikey quería, lo cual no hacia, no podía negar que él y Gerard eran probablemente más cercanos que la mayoría de los hermanos. Hablaban de cosas que otros hermanos no discutían (hablaban de cosas que otros hermanos no tenían que discutir, como el Infierno y los salmos y si Bob estaba temporalmente poseído la semana pasada o simplemente estaba muy enfadado con Frank) y no tenían secretos, pero eso no era lo mismo que contarse todo el uno al otro. Había algunas cosas que Mikey no le decía a Gerard, y había algunas cosas que Gerard no le decía a Mikey.

Aparentemente, una de esas cosas era que a Gerard le gustaba mirarle el culo a Frank durante las horas de trabajo. Lo cual... vale, Mikey podría haberse dado cuenda de eso por sí mismo, si hubiera pensado en ello. Había pasado suficientes horas "ayudando" a Ray a cosechar ingredientes cuando en realidad le gustaba sentarse en un tronco y observar los músculos de los brazos de Ray mientras trabajaba. Era incluso mejor cuando le daba calor y se quitaba la camisa. ¿Qué? La lucha contra las raíces del suelo era un trabajo sudoroso.

Pero entender de forma abstracta que Gerard probablemente no odiaba mirar el trasero de Frank si ocurría en su línea de visión no era lo mismo que mirar a través de la ventana de la oficina de Gerard y verlo parado ahí mirando mientras Frank estaba agachado logrando resaltar más su trasero.

Mikey parpadeó, y pensó en irse. Pero se quedo allí porque quería ver lo que pasaría.

—No está aquí— dijo Frank con voz amortiguada, su cabeza y hombros desaparecian en el estante más bajo. —¿De qué color es la tapa?

Gerard se mordisqueó su pulgar y luego suspiró —Verde— con una voz de ensueño cuando Frank se inclinó aún más.

Mikey también miró el trasero de Frank. No vio el atractivo, no es que Frank tuviera un culo horrible, ni nada, sólo que no tenía ninguno en absoluto. No era flaco como Mikey, pero era todo recto como una caja de cereales. No como Ray. Ray tenía un trasero que valía la pena mirar.

—Espera— dijo Frank, y volvió a tirar de su camisa donde estaba subiendo. En el momento en que la soltó, se elevó aún más, y Mikey vio a Gerard esconder una sonrisa detrás de los libros en sus brazos. Frank rebuscó un poco más y dijo: —¿El acertijo apostólico?

—No— dijo Gerard. Sus mejillas estaban un poco rosadas. —Creo que tal vez esté más atrás.

—Gerard, en serio, no es aquí abajo y estoy a dos respiraciones de la Muerte por el polvo, vale, sólo...— Frank miró torpemente bajo su brazo, y entonces Gerard no pudo apartar la mirada del trasero de Frank a tiempo. El menor abrió los ojos enormemente redondos y su boca se formó en una exagerada pantomima de conmoción.

Gerard se empezó a reír, enterrando su cara en los libros que sostenía, y Frank se enderezó, se acercó a él, le arrancó los libros de los brazos y los reemplazó con él mismo. Gerard seguía riéndose cuando Frank lo besó, cuando Frank lo empujó contra el escritorio, cuando Frank le agarró las manos y las puso detrás de él para ponerlas firmemente en su trasero.

Mikey decidió entonces que era el momento para irse de allí, entonces cuando se dio la vuelta vio a Ray, inclinado en la puerta de su taller, con los brazos cruzados y una pequeña sonrisa en su rostro.

—¿Qué estás mirando?— dijo.

—Nada— dijo Mikey, lo cual no era cierto, pero no era nada de lo que quería hablar, que era lo mismo. Se acercó y tocó los antebrazos de Ray, trazando los largos tendones laterales con la punta de los dedos antes de que Ray desplegara sus brazos y los pusiera alrededor de Mikey.

—Estoy trabajando en algo genial— dijo, y se besó debajo de la oreja de Mikey. —¿Quieres ayudar?

Mikey asintió con la cabeza y siguió a Ray a su habitación. Ray le dio un vaso de precipitados con líquido rojo. —¿Qué es?— dijo Mikey, oliéndolo con cautela.

—Sólo un tinte— dijo Ray, y entonces Mikey extendió la mano y vació deliberadamente todo el vaso sobre la parte delantera de la camisa de Ray.

—Oh no— dijo, mientras Ray se quedaba allí chorreando y abriéndole la boca. —Ahora tendrás que quitarte la camisa.

—¡Mikey!— dijo Ray, sacándose la camisa y mirándola con tristeza. —¿Por qué harías eso? No tengo una de repuesto aquí!

—Son noticias terribles— dijo Mikey, acercándose y deslizando sus manos sobre el pecho de Ray.—Y pensarías que yo lo sabría, ¿no?

—Tú, Ray, empezaste, y luego te diste por vencido y empujaste a Mikey contra él, besándolo con fuerza.

—Ujum...— dijo Mikey felizmente, y puso sus manos en el pelo de Ray.

—Se supone que no debemos llevar cosas de pareja al trabajo—, murmuró Ray contra sus labios. —Brian hizo una regla.

Pero Mikey estaba acostumbrado a seguir el ejemplo de Gerard. —Ventajas del trabajo— dijo, y cerró la puerta de una patada.

Unholyverse | TRADUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora