Capítulo 11

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Observo el líquido ámbar en mi vaso, deseo más que nada ahogarme en alcohol hasta perder el conocimiento pero no puedo. Dejo el trago de whiskey sobre el escritorio con un golpe seco. Esto es un asco, los últimos tres días se han convertido en un infierno en esta casa, todo el mundo parece odiarme y no me molesta eso, pero sí detesto las miradas reprobatorias.

No voy a disculparme si es lo que esperan, no voy a redimirme, no voy a dejar que Viktoriya juegue conmigo. No hay vuelta atrás, mejora quien es o se olvida del Linaje y de mi benevolencia también.

Me pongo de pie para salir de la oficina e ir hacia el patio trasero, todos están en la piscina disfrutando de un buen día de verano, mientras yo me ahogo en mi mar de miseria. Ah, cómo me encanta esta mierda. Mi sobrina y hermanas juegan en el agua, mi padre y Yarik están un poco más alejados bebiendo algo y Sherlyn y mamá toman el sol. No veo a Valentina por ningún lado, ni a Nikolay ni Viktoriya tampoco, aunque esta última no ha salido de su habitación ni para comer. Está haciendo la ley del hielo a todos y me da igual, honestamente. Lo que hizo no es algo que deba celebrárselo.

Soy sacada de mis pensamientos cuando un par de manos se posan en mi vientre, reconozco el anillo de bodas de Taras y libero la tensión de mi cuerpo. Me recuesto en su pecho y continúo contemplando a mi familia, al menos él y Valentina son de los pocos que soportan mi presencia hoy día.

—Estás muy inquieta— murmura Taras pegado a mi oído —¿Sucede algo?

—¿Qué no sucede? Sería la pregunta— respondo tras un suspiro —Siento que estoy perdiéndome a mí misma, ya no soy la Svetlana de antes. Dime algo: ¿lo que hice fue tan malo? Estaba enojada, sí, pero Viktoriya está fuera de control.

—No pienses en eso— me da la vuelta, su frente está arrugada ligeramente y llevo mi dedo allí para acariciar esa zona tensa.

—¿Cómo no voy a pensarlo si todo el mundo me mira como si fuera un monstruo?

—No lo eres. Fuiste un poco severa, pero nada de qué alarmarse. Solo están un poco indignados— me toma de las mejillas y su mirada parece fundirse en la mía haciéndome estremecer. ¿Cómo es que después de tantos años este hombre me deja sin aliento? —Eres buena madre y lo serás de nuevo.

Baja a tocar mi vientre y los gemelos se manifiestan. Raramente lo hacen así que puedo ver en exclusiva la sonrisa feliz de mi esposo, esa que muestra solo en ocasiones y que la mayoría de veces son solo para mí.

Me aferro a su cuello y sin poder resistirme beso sus labios, sabe a coñac así que asumo que estuvo bebiendo en el club.

—Se suponía que estabas trabajando, no bebiendo— le reprendo, separándome sólo un poco y él ríe.

—Hay que impresionar a los socios. Le serví la mejor cosecha.

Vuelvo a besarle porque el sabor es adictivo. Sus manos viajan a mi trasero y a mis piernas, haciéndome jadear. Sus dedos sobre mi piel son como fuego que me quema, cuando me toca todo mi cuerpo vibra y me hace sentir una adolescente de nuevo. Mi esposo es ardiente, sensual, me seduce sólo con un beso y me hace derretir con su lengua traviesa.

Un carraspeo nos hace salir de nuestra burbuja de lujuria. Debimos encerrarnos en mi estudio en primer lugar. Me separo de Taras y limpio mi labial de su boca. Le doy una mirada de fastidio y la comisura de sus labios se estiran casi de forma imperceptible, dándome a entender que me ha comprendido: he odiado que nos hayan interrumpido.

—Svetlana— me sorprende que mi madre si quiera me dirija la palabra.

Me doy la vuelta interesada en lo que tiene por decirme porque honestamente no he escuchado su voz desde hace tres días. Ella me contempla desde las puertas que dan al patio, tiene los brazos cruzados y en su mirada hay algo que puedo leer como decepción. No voy a dejar que me afecte eso, por los sentimientos es que he sido débil todo este tiempo, eso ha terminado.

Reina Rusa© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora