Capítulo 36

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Svetlana

Despierto de golpe cuando algo frío impacta en mi rostro. Toso con fuerza para eliminar el agua que ha entrado a mis cavidades nasales y bucales. Maldita sea.

Siento todos los músculos entumecidos, como si hubiera estado en una misma posición por largas horas, sin embargo, y a juzgar por la apariencia de la habitación y de mis espectadores, apenas han pasado algunos minutos tal vez.

Miro a Konstantin como si fuera una aparición, ¿cómo es posible que haya sobrevivido y se haya escondido todo este tiempo? ¿Para vengarse? No entiendo nada, estábamos bien o eso pensaba,  ¿qué ha pasado para que se una a Liebeskind? Su presencia aquí lejos de sorprenderme o molestarme, me desconcierta. Yo de verdad lo quería.

—Pero mira que tenemos aquí, mis dos juguetes aliándose en mi contra— murmuro con ironía —Mi sueño hecho realidad.

—Me sorprende la cantidad de desfachatez que abunda en ti, creí que con el paso de los años cambiarías, madurarías, pero fue una esperanza en vano— resuella mi ex, o debería decir mi marido, pues si él está vivo mi matrimonio con Taras está anulado. Está ceñudo, con el rencor cubriendo su mirada azulada —Supongo que siempre te tuve mucha fe.

—Esa es tu culpa, no mía, querido. Yo jamás te di esa ilusión— él aprieta furioso los labios y me percato de cómo Dierk oculta una sonrisa burlona —¿Me dan agua al menos? Si me van a tener aquí soportando a mis peores ex, como mínimo manténganme hidratada.

Recibo miradas de aversión por parte de ambos, pero Dierk ordena por su comunicador que traigan agua. Ahora entiendo las palabras de Denis, siempre estuvo vivo y probablemente él lo supo todo el tiempo y me mintió. Me volví demasiado confiada y tenía a mis enemigos frente a mis ojos, aquellos que consideraba mi familia, son los mayores traidores.

Tuve muy mala suerte para elegir hombres, dos me quieren matar pues no me amaron lo suficiente, uno me amó tanto que eso lo condujo a su muerte y el otro, tiene una dependencia emocional hacia mí casi enfermiza, aunque él intente ocultarlo.

Konstantin se acerca, mido su estructura por unos segundos, si tan solo se aproxima unos centímetros más le rompo los testículos dejándolo sin descendencia, pero no tiene ni un pelo de tonto, ya no. Se queda a una distancia prudente y se inclina un poco para conectar nuestras miradas, la suya es altanera, como si hubiera ganado algo, como si de verdad creyera que me ha vencido, que me tiene en sus manos.

Es increíble ver la alta estima que se tienen a sí mismos, tanto él como Dierk. No están ni al diez por ciento de mi límite, no están al tanto del cataclismo que se acerca, para este punto Taras debe estar que enloquece de ira, debe a estar a un paso de venir por mí y entonces otra vez yo ganaré. Caminaré sobre ellos, me impondré y les recordaré quién es la loca paranoica sin piedad de Svetlana Záitseva.

—¿Qué me ves?— espeto harta de su escudriña.

—¿Cómo puedes soportar tanto odio en tus hombros?— susurra y sonrío con descaro.

—Lo uso como rejuvenecedor. Deberías ponerlo en práctica— chasqueo la lengua —Ahora apártate de mi vista, me haces recordar el marido que perdí hace veinte años y que en lo que a mí concierne, sigue muerto.

Él ríe amargamente, su rostro desfigurado por un aborrecimiento injustificable. Yo jamás le hice nada, le creí muerto, me hizo creer eso todo este tiempo. No tiene derecho a odiarme por haber continuado mi vida y olvidarle. Es lo que procede después de que alguien se va del mundo de los vivos.

Dierk lo hace a un lado para traerme el vaso de agua, sin embargo lo continuo mirando con la seguridad en mis ojos, con altanería. Yo tengo el poder aquí aún cuando estoy atada, herida y débil. Yo controlo sus mentes, al fin y al cabo, me mantuve presente en ellas por dos décadas.

Reina Rusa© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora