Capítulo 42

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Cuento cada minuto que Dierk se toma antes de regresar al ático cada vez que sale. Y lo ha hecho muchas veces así que he tenido que contar bastante, la última vez he llegado a mil trescientos cincuenta segundos. Si mis cálculos no me fallan, eso es alrededor de media hora y eso ha superado su propio récord.

—Vaya, parece que con cada hora que pasa no puedes estar tanto tiempo lejos de mí— declaro sólo para molestarle.

No puedo pasar por alto mi reciente descubrimiento, sería una total pérdida de oportunidad y diversión, sacarle de sus casillas, para hacerlo caer en mi trampa es algo que se me antoja muy divertido dentro de este confinamiento involuntario.

Sus labios se tuercen en una mueca de desprecio que ya se me es muy conocida y para nada amenazante, debería intentar otra. Una sonrisa podría servir, una risa es mucho más siniestra que una mirada de pocos amigos. Lo sé por propia experiencia.

—Solo estoy ansioso— se frota las manos y frunzo la frente. ¿Por qué? —Muero por volver a sentir tus labios en mi polla.

Mi humor cae en picada, no puede estar hablando en serio. ¿Cuántos años tiene? ¿Quince? Mas no voy a admitir mi desconcierto y por supuesto mi nerviosismo recién adquirido.

—¿Tan bajo has caído, Dierk? Lo que más me gustaba de ti era que no entrabas en el cliché de los hombres de nuestro mundo, violar mujeres no estaba dentro de tus actividades favoritas— intento disuadirlo y aunque sus ojos centellean con algo de molestia por estar volteando la jugada a mi favor, se ríe con suavidad —¿Me cuentas el chiste?— agrego con algo de ironía.

—Tú eres el chiste— aprieto los labios, odio que no me tomen en serio —El hombre que conociste no existe más, quien ves frente a ti desea con cada célula de su cuerpo profanar todo lo que eres, derrumbar tu resolución, humillar tu nombre y pisotear cada una de tus mayores fortalezas.

—Vaya.

Sin palabras acertadas que decir solo levanto la mirada para escudriñar su anatomía que antes me parecía irresistible, que antes me hacía quemar de excitación. No hay ni sombras de lo que una vez fue, del imponente y atractivo Dierk Liebeskind. Es solo un gran pedazo de nada.

Él se acerca a mí decidido, quitando el cinturón y el botón de sus pantalones. Sello mis labios pues no sucederá, a menos no sin antes dar pelea. Nadie me va a usar como su juguete sexual de nuevo, lo juré una vez y esa promesa se ha mantenido a lo largo de los años. Hoy no será el día en que se rompa.

—¿De verdad quieres poner tu polla en mi boca?— inquiero con sorna y media sonrisa burlesca —Digo... yo tengo dientes— me encojo de hombros y mi ex marido asiente.

No dice nada, ni siquiera se inmuta. Solo saca su móvil de su bolsillo y me enseña una fotografía de un par de gemelos. Trago saliva, sabe como dominarme, eso voy a concedérselo, pero nada me confirma que esos son mis bebés y se lo hago saber fuerte y claro.

—¿Quieres comprobarlo? Solo una llamada y se irán al cielo de los bebés— hace un falso puchero que me eriza todo el cuerpo —¿Quieres probar la veracidad?

Niego lentamente con la cabeza. No. No quiero que nadie muera, mucho menos bebés inocentes inclusive si no logran ser los míos. ¿Pero cómo saberlo? Ni siquiera los conozco, he estado encerrada en estas malditas cuatro paredes por lo que han parecido años. Me tiene atada y por supuesto, manipulada. Sabe cómo dominarme.

Termina de acortar la distancia entre nosotros y saca su polla semierecta frente a mi cara. La contemplo unos segundos y debo admitir que algo de su cuerpo no ha cambiado en lo absoluto, me retracto.

Descubrimiento que me lleva a mi siguiente jugarreta.

Dierk me obliga a abrir la boca pero no era necesario, yo iba a hacerlo solita. Una sonrisa se forma en la comisura de mis labios antes de que su pedazo de carne flácida entre a mi cavidad bucal. En vez de resistirlo, decido acceder a hacer la felación, después de todo él fue mi amante, me encantaba, me excitaba lo que hacía conmigo. Puedo permitirme disfrutarlo... o al menos fingirlo.

Reina Rusa© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora