Capítulo 29

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Taras

Contemplo a través de un cristal los dos cuerpos diminutos protegidos dentro de una mampara de incubación. No me atrevo a moverme de aquí aunque la enfermera me insiste que puedo entrar y tocarlos. Simplemente no voy a verlos indefensos allí, solos, sin el calor de Svetlana. No voy a hacerles promesas vacías de recuperar a su madre, no cuando han pasado dos días y no tengo absolutamente nada con lo que pueda empezar a buscar.

¿Qué me pasa? ¿Por qué me he vuelto tan débil? Este no soy yo, no me reconozco a mí mismo, pero Svetlana es mi talón de Aquiles, si no está ella no soy normal, si algo le sucede caigo con ella.

Superado por la frustración y la pena, golpeo el cristal con fuerza provocando que las personas a mi alrededor salten del susto y seguido me miren mal. No estoy de humor para ofendidos, no me importan en lo más mínimo. Estoy furioso. Estoy derrotado.

Salgo de allí a grandes zancadas, con mi cabeza traicionándome y mostrándome imágenes de Svetlana herida o peor, muerta. Prometí protegerla, impedir que algo le sucediera, ofrecer mi vida por la suya, matar a quien ose dañarla o siquiera tocarla, y he fallado estrepitosamente.

Vuelvo a la casona con una sola misión en mente: dar una advertencia entre los hombres nuevamente, demostrar que mi furia se está desbordando, dejar en claro quién está a cargo y que van a morir de ser necesario. Así que le marco a James en mi camino de regreso para que reúna a los soldados. Es hora de reenviar un mensaje.

Necesito recuperar a Svetlana o desataré una jodida matanza masiva y si asesino más hombres debilito nuestras fuerzas, dándonos menos posibilidades de defensa para recuperar a Lana. ¡Maldición!

Atravieso las puertas de la casona pasada media hora, detengo la camioneta en mi lugar y frunzo el ceño al ver quien está esperándome en la puerta. ¿Qué mierda hace aquí? Le di una orden que esperaba que cumpliera, yo estoy a cargo, Vladislav debe meterse eso en la cabeza.

—Saliste sin seguridad.

—¡No deberías estar aquí!— le espeto. Debe estar escondido, con la familia de Svetlana —Tu hija jamás me perdonará si permito que algo te suceda.

—¿Y qué hay de ti?— me desafía —Estás fuera de sí y más imprudente que nunca. Te van a matar.

—¡Al diablo conmigo!

—¡No dejaré que destruyas nuestra Organización, Dobrovolski!— ataja con dureza haciéndome tensar. Sus ojos de fuego azul parecido a los de Slava, me miran con enojo, con decepción. Como si fuera un puto desperdicio. Siento mi sangre hervir de ira, no quiero que nadie me moleste. No hoy —Quiero que te enfoques, muchacho. Quiero que recuperes a mi hija y la traigas a salvo a casa, o yo mismo voy a matarte si fracasas.

Su amenaza está de más, yo mismo haré que me maten si le fallo a mi esposa, a mi juramento, a lo que soy. Sin embargo, que él esté aquí es un problema más que se suma a toda esta basura de semana.

Me quedo en silencio, reprimiendo las ganas de mandarle al infierno, apretando mis manos en puños para no perder el control. Últimamente hago esto mucho cuando lo mejor sería dejarlo salir. Debería dejarme invadir por mi oscuridad, tal vez sea más efectivo que mi yo normal que no hace más que tener falla tras falla.

—Vuelve a ponerte a salvo— digo finalmente en un siseo de fastidio.

Lo dejo allí, no me molesto siquiera en volver a mirarle o escuchar lo que murmura. Entro a la casona esperando encontrarme con James y confirmar si ha hecho lo que le he pedido, pero no es necesario, tanto él como Sergéy están en la sala de estar con un hombre atado y arrodillado en medio de la sala de estar. Cuando me ven llegar asienten y sé que tienen algo que puede ayudarnos.

Reina Rusa© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora