Capítulo 41

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Viktoriya

Abrazo mis piernas porque es de la única forma que evito que duelan excesivamente, las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas por enésima vez y ya no sé qué más hacer para rehuir de caída en el pozo de locura al que mi cerebro me está obligando a ceder.

Es horrible, cada día, cada hora aquí es como mil años en el mismo infierno. Ya no quiero seguir viviendo pero me mantienen vigilada las veinticuatro horas del día para prevenir que haga cualquier locura. Miro arriba, hacia las cámaras de seguridad y aprieto los labios. No tengo paz desde que Dierk me sacó del hospital, solo espero que haya valido la pena y mi tortura no sea en vano.

Salto del susto cuando la puerta se abre y casi corro cuando veo a Jessika y Mallory entrar, no otra vez, no por favor. El corazón se me descontrola en el pecho y me hago bolita en la cama, cosa inútil que no sirve de nada. De todas formas me dañarán, me harán sufrir. Dierk les ha dado vía libre para maltratarme y ellas lo han tomado en serio, muy en serio.

—No más, por favor— sollozo.

—No, no, no. Es hora de la reprimenda— canturrea Jessika y se me eriza la piel.

—Ya basta— me quejo y miro a la que debería ser mi tía, no mi verdugo.

—¿Qué utilizaremos ahora?— me mira de arriba abajo y comienza a quitar su cinturón —Unos azotes estarán bien.

—¡Ojalá te pudras en el infierno, maldita!— le grito y justo cuando sé que viene el primer golpe, se escucha un disparo.

Ambas mujeres, también yo, se ponen alerta. Más disparos siguen al primero y las gemelas demoníacas entran en pánico. Yo bajo de mi cama para alejarme de ellas, si es lo que pienso es mi momento para escapar de aquí. Se escucha un grito anunciando un ataque y entonces Jessika saca un arma, inesperadamente le da dos disparos a Mallory quien la mira con ojos dolidos y sorprendidos. Ni hablar de cómo me encuentro yo.

—Lo siento, amiga, pero yo quiero vivir y tú no me dejarás escapar.

La veo salir corriendo de mi habitación, la cual está libre, sin custodia. Es mi oportunidad. Las piernas me tiemblan cuando camino hacia mi tía, ella descansa en el piso, sangrando y dando sus últimos suspiros de aliento.

—Ayúdame— balbucea.

—Lo lamento, pero siempre fuiste una grandísima zorra conmigo.

Me pongo en cuclillas y recojo el arma de su cinto antes de salir corriendo de allí. Tomo el camino hacia la habitación donde tienen a mi madre, pero al llegar allí me quedo paralizada al descubrir que está completamente vacía. ¿Qué? ¡No! ¡No! Se suponía que ella debía estar aquí. Lo he arruinado aún más. ¿Por qué todo lo hago mal?

Salgo corriendo en dirección al piso de abajo, si es papá, quiero verlo, pedirle perdón de rodillas si es necesario. Jamás debí huir de casa ni comportarme de manera inmadura, puse en peligro a toda mi familia y me arrepiento tanto.

Me topo con dos cuerpos en el camino y bajo rápidamente al primer piso, donde me encuentro con la espalda de Jessika apuntándole a Taras. Oh, no. Jamás permitiré que dañes a quien amo, perra maldita.

Disparo sin dudar y ella cae al suelo. Por un momento me quedo paralizada hasta que reacciono y corro a los brazos del hombre que siempre debí reconocer como lo que en realidad es: mi único y verdadero padre. Nunca fui una Liebeskind, soy una Dobrovolski.

—Papá.

Lo abrazo con fuerza, respiro su olor a madera fresca, para mi sorpresa me devuelve el abrazo y eso me reconforta como jamás algo lo hizo. Sus palabras son un dulce bálsamo para mis heridas. No sabía cuánto lo extrañaba.

Reina Rusa© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora