42 | Aquel presente

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El mundo dio vueltas enloquecidas: la línea del horizonte giraba como las manecillas de un reloj, sin parar, frenético mientras un coro de gritos adornaba la terrible escena. El viento golpeó a Trechiv sin misericordia, quien yacía totalmente perdido, incapaz de percibir sus miembros y alternando entre movimientos involuntarios para inútilmente, tratar de agarrarse a algo más que la mano de Dunai.

El estómago se le apretó y, entonces, un millar de cosquilleos lo apuñalaron en lo que fue un momento eterno y tortuoso.

Le pareció notar el borde de la plataforma, con los borrosos rostros de velineses acercándose a verlos descender. Las montañas de la Alpiarkar se intercambiaban con la visión del bosque infinito, y de repente la enorme base de la ciudad daba paso al inmenso y mortífero lago, una masa brillante de aguas cristalinas.

Caían. Caían. Caían.

Y seguían cayendo.

Trechiv durante un instante vio pasar toda su vida por delante de sus ojos, un sueño que le vino a su cabeza aun despierto. Nada era real.

La multitud de vivas sensaciones lo superaban, no podía hacer más que entregarse a Dimatervk mientras pedía por un milagro que los salvase. Era como un niño llorando en un rincón, oculto de un monstruo caído en una noche trágica, indefenso.

Gritó ignorando toda vergüenza.

Y en determinado momento, las vueltas con el viento golpeando sus oídos se detuvieron. Trechiv abrió los ojos todavía cayendo, pero estaba de pie, bajando mientras su cuerpo adquiría un posicionamiento óptimo. Dirigió la vista hacia sus compañeros, cuyos rostros despejados irradiaban tanta adrenalina como el suyo, con las largas cabelleras revoloteando libremente. Las ropas parecían estar dotadas de vida propia, ondeando al punto de casi desabotonarse. El vestido de Iriadi estaba arremangado, con la pollera subida hasta cerca de la entrepierna, un remolino de sedas negras.

Trataba de evitar ver el sitio donde impactarían, pero su traicionera mente lo obligó a hacerlo: ellos no estaban cayendo hacia la tierra, ni siquiera hacia la costa, estaban derechamente entrando en el rango del lago. No tan lejos del terreno, pero lo suficiente como para no desmembrarse.

Dunai estaba diciendo algo, o gritando, más bien. Iriadi entonces escribió con su brazo malo algún tipo de hechizo, y antes de que Trechiv se diera cuenta, ellos ya estaban por impactar la colosal masa de agua. Cerró los ojos por acto de reflejo, preparándose, y ahí fue cuando sin esperárselo, sintió que su ropa se humedecía por un flujo de agua que lo envolvía desde todas partes. Eso no era como caer, en realidad. ¿Qué había hecho la chica?

De repente, sí que sintió un golpe impactarlo desde los pies hacia arriba. Trechiv supo que ese fue el preciso momento en que se hundió en las aguas del lago. Pataleó, movió sus brazos, intentó salir a flote como pudo, pero había un problema...

No sabía nadar.

Agua salada le entró a la boca. Sus pulmones parecieron inflarse y arder, esto era muy malo. A ratos vio destellos de luz, al sol reírse de su desgracia, luego volvió a la oscuridad y a ser subyugado por el sonido de burbujas y chapoteo.

La consciencia fue muriendo hasta desaparecer.


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—...malo, no está respirando.

—¡Ha tosido!

—¡Trechiv, responde, abre los ojos por favor! —esa fue la voz de Dunai, por fin la identificaba.

«Oh rayos, me duele la cabeza. Me siento raro», pensó y su cuerpo convulsionó sin poder controlarlo. Trechiv abrió los ojos y tosió para escupir más agua. De cerca se oyó el suspiro de la muchacha.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora