33 | La última vez (parte I)

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Cinco años atrás

La polea giraba con un sonido oxidado a medida que Trechiv tiraba impetuosamente de la cuerda.

«Por un demonio, qué pesado es», pensó.

El balde, que se había llenado de agua hasta derramarse por los contornos, brillaba casi al fondo del oscuro y hondo pozo de paredes ladrilladas. Se alzaba con tanta displicencia, que hasta aparentaba que poseía vida propia y tiraba hacia el lado contrario.

Trechiv apretó los dientes e inclinándose hacia el lado opuesto del pozo, tiró y tiró aprovechando el peso de su cada vez más desarrollado cuerpo. El sudor perló su rostro. Era pleno verano y, por ende, caía en la debacle de aguantar la temporada que más detestaba. ¡Pero qué horrible era el verano! Pronto su polera recién cambiada ya se había humedecido por completo. Tendría que sumarla a la columna de prendas que tenía pendientes por lavar.

Tras el extenso y tortuoso momento en que el adolescente elevó el balde, este asomó ante la luz solar y fue rápidamente sostenido, para después ser desanclado del lazo y luego puesto en el césped.

El muchacho tomó el objeto repleto de agua y se fue a desplomar bajo la sombra de un árbol. Sus hombros se agitaban subiendo y bajando, la respiración profunda, de inhalaciones y exhalaciones temblorosas.

Era un día como los que se esperarían, soleado a más no poder, careciendo del más mínimo y miserable rastro de alguna nube.

«Ay sí, pero les dicen "días buenos", "temporada hermosa". Me importa un carajo. Por mí que truene y llueva los diez meses», pensó Trechiv. Estaba recostado contra las faldas del árbol, sintiendo la áspera y amorfa cascara pincharle la espalda. El sol yacía clavado en toda la mitad del vacío azul, como a la espera de que el pelirrojo saliera de su cobijo para reventarlo otra vez.

—Bien, hora de volver —Trechiv se puso de pie con un ágil impulso. El pozo que había usado era el que los había abastecido durante toda la vida y, pues él, recién hace un par de años que estaba encargándose de esa labor. Como sus padres lo consideraban muy pequeño en ese entonces, temían que le pasara algo. Era un pozo profundo, al fin y al cabo. En cambio, ahora que tenía quince años ya era todo un hombre de confianza para la familia. Trechiv participaba activamente de cada uno de los trabajos que se requirieran. Había una razón más para ello, claro.

El lugar se ubicaba a varios metros de la casa, por lo menos a unos cien. Consistía en un jardín de hermosos arbustos plantados como dos líneas paralelas, a los cuales se sumaban pinos repartidos junto al cerco de alambres que cruzaba buena parte de la vega. Había un viejo columpio estático que colgaba en uno de los árboles, propiedad de unas hermanas que solían venir a jugar por las tardes. Trechiv les sabía el horario, así que las evitaba.

Poco tiempo después, había atravesado el campo hasta llegar al patio de su casa. Mamá lo fue a recibir, ya que el balde era enorme, le llegaba más arriba de las rodillas a Trechiv cuando lo ponía en el suelo.

La rubia mujer tomó el anillo que sostenía el recipiente y con sus forzudas manos se lo llevó hasta el tanque de agua, el cual se hallaba por fuera de la casa, instalado en un sector donde no llegarían los rayos del sol hasta el atardecer. Para ese entonces serían más débiles y la temperatura bajaba, así que no había problema.

El día transcurrió hasta que el astro rey estuvo despareciendo tras la cordillera. Por la tarde la familia se reunió a cenar. Papá había ido donde unos vecinos para cerrar un trato sobre unas herramientas: resulta que ellos eran herreros y en casa los azadones y hachas estaban bastante desgastados. Uno de los últimos días, Trechiv estaba picando leña y de repente se le soltó la pica, cayéndole en toda la cabeza. Todavía tenía el chichón sobresaliendo bajo su cabellera.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora