38 | En la cima de la existencia (parte II)

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Bloaize evadió un devastador mandoble que iba directo a su yelmo, luego se irguió y balanceó su espada hacia el hombre musculoso, quien bloqueó certeramente a tiempo. Se dio la vuelta para repeler una punzada desde un punto ciego, pero ese sujeto era tan preciso, que lo alcanzó a cortar cerca de la axila, donde el blindaje tenía una abertura.

El egnarano retrocedió con un gemido de dolor. En realidad le dolía todo el cuerpo, ya que la armadura había sido abollada casi de manera extrema. El metal lo pinchaba en el abdomen y principalmente en brazos y piernas, casi complicándole cualquier movimiento por más básico que fuera. Por supuesto que el blindaje de sus enemigos también estaba dañado; el velinés de brazos azulados tenía casi desecho el brazalete izquierdo, fruto de haber abusado de esa protección. El de ojos raros sí que era diferente, pues no le había acertado ningún golpe, ni un miserable arañazo.

A parte del cansancio natural, los músculos se le estaban resintiendo. Bloaize pensaba que si se mantenía peleando por mucho tiempo, se le separarían los huesos de los hombros. Su columna parecía gritarle cuando ejecutaba cada mandoble.

Se enfocó en el enemigo más fácil en teoría. Dejó que el musculoso iniciara un cruce, entonces contuvo con su mellada hoja, y hábilmente la tomó con su guantelete izquierdo. El tipo tiró pero aun siendo tan fuerte, Bloaize no lo soltó y para su sorpresa, salió eyectado hacia él por el mismo tirón. Le golpeó seco en la cabeza con el yelmo, aturdiéndolo durante un momento.

—¡No te lo permitiré! —gritó el otro hombre, pero estaba demasiado lejos para evitarlo.

Bloaize apuñaló a través de la abertura del casco del líder y los huesos de este crujieron. Sin perder tiempo, se movió como una pluma y, haciendo honor al nombre de su técnica, se deslizó hacia un costado del soldado de los ojos brillantes. Lo había pillado desprevenido mientras veía a su líder caer, le asestó un potente mandoble en el casco. El sonido fue como el de un campanazo y entonces el tipo se desplomó. El egnarano corrió a rematarle, pero el adversario se recuperó y agarró la espada que se le había caído.

«Muy tarde».

En ese momento, Bloaize solo notó un agudo dolor en su canilla. Lo habían golpeado y la armadura parecía haberse roto por completo. Las puntas del metal le acribillaron la piel y quizás el hueso. Aun así, no se dejó impresionar: empuñó con más fuerza la espada, para luego descargar otro mazazo en la cabeza al enemigo. El casco voló lejos.

—Oh demonios. Me duele, me duele mucho. Maldita sea, egnarano bastardo —el tipo se retorció en el suelo mientras agarraba su nuca. Parecía incluso llorar, gimiendo indefenso. Bloaize ignoró la gravedad de su propia herida y se paró sobre él, poniéndole el pie malo sobre el pecho.

Iriadi se acercó a sus espaldas.

—Veamos si todavía tienes ganas de insultarme. ¿Qué sabes del poder de los recuerdos? —preguntó Bloaize.

—No te lo diré. Mátame si lo deseas, pero me llevaré el secreto a la tumba.

El forastero le asestó un puñetazo al soldado en toda la quijada. Pronto la sangre le manchó la dentadura, el sujeto estaba con los ojos perdidos soportando el dolor.

—¿Qué poder es el que usan en Veliska?

—Piérdete.

Dentro de su yelmo, el egnarano apretó los dientes enojado. Entonces le golpeó directamente a la nariz, aplastándosela por completo con un horrendo crujido. Iriadi gimió como si ella hubiera recibido el puño, a un lado de Bloaize.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora