15 | El empuje de una brisa violenta

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Iriadi echó con cuidado el dinero dentro de su bolso. El sonido de las monedas tintineando unas con otras al chocar.

Esta era la casa de cambio de Veliska, una institución destinada exclusivamente a convertir dinero de otras naciones en kravs velineses. Se le decía krav a la moneda en general, pero tenía distintos niveles de jerarquía que iban desde las nubes, que eran las de menor valor, a los escudos, que eran todo lo contrario.

En Veliska moldeaban sus monedas con formas como nubes, soles, estrellas, escudos, etc. Bastante especial. Y además parecían todas estar hechas del mismo material, sin hacer diferencias entre fabricaciones de oro, platino, bronce u otros metales. La forma lo era todo.

¿Por qué el escudo sobre el sol? Iriadi tenía curiosidad en saberlo, aunque especulaba que para ellos su monarquía estaba incluso sobre el astro rey.

Si en Egnarian hubieran seguido ese sistema, tal vez deberían haber fabricado monedas con su rostro cincelado. Sería un honor para su nación contar con la imagen de la hermosa y magnífica Iriadi.

Ella se alejó del mesón de atención arrastrando la mirada de varios velineses y velinesas. El salón principal era una enorme habitación de una docena de metros de alto, con un techo ovalado como el de una capilla. Había pilares de roca blanquecina en los costados, junto a los cuales las escaleras alfombradas subían a un segundo piso. Los muros y muebles del lugar tenían tallados bajorrelieves con geniales dibujos, casi siempre hombres desnudos. Por otra parte, el piso relucía en baldosas separadas de a cuadros, los cuales reflejaban lo que estaba sobre ellos impecablemente.

La muchacha se aseguró de que llevaba el dinero a salvo y salió del edificio, abriéndose paso entre las dos grandes puertas de madera barnizada. Bendito Ormun, todo tenía diseños complejos. En Veliska eran adictos a los lujos.

Una vez fuera, comenzó el trayecto de regreso al hospedaje.

La casa de cambios estaba ubicada en la zona sureste de Terunai, y alrededor del barrio estaban los bancos, teatros, catedrales y todas las instituciones de renombre que te podrías imaginar. Era sin dudas de los sectores más adinerados.

Las calles no tenían un solo espacio visible desde la tarima donde Iriadi observaba. Los transeúntes se amotinaban unos contra otros, intentando avanzar frenéticamente. En el cielo, el sol brillaba con una aureola carmesí, los rayos crepusculares manchando todo lugar donde la luz pegaba.

Iriadi se quedó allí mientras sentía un frío recorrer su estómago. Había venido porque se les había acabado el dinero velinés. Obviamente tenían más, pero junto a Bloaize decidieron no convertir todo lo que trajeron, sino ir haciéndolo a medida que gastaran.

El día de hoy estaban esperando a que llegara Ziruai, pero no lo hizo. Los más probable era que lo hiciese mañana, sin embargo había que estar atentos de todas maneras.

Cuando el sol hubo tocado el horizonte de las murallas, los relojes de las torres, con sus anchas agujas y las cinco horas coloreadas en rojo, marcaron de manera oficial la hora de atardecer.

Iriadi se obligó a salir de su pereza y emprendió el rumbo.

Su compañero tampoco había recibido el día de hoy la visita del muchacho adgenano, aunque sí lo había hecho el día de ayer, y con datos interesantes. ¿La persona que buscaba anduvo en Mahuk? Eso parecía, además de que se comportaba raro y salía por las noches. Por cierto, Iriadi había olvidado quien era esa persona, ya que Bloaize tenía razón: si interiorizabas tanto concepto como contexto, la maldición atacaba.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora