27 | Destellos de un mañana inexistente

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—No soy mahukareno —dijo Trechiv tímidamente. Iba caminando con las manos atadas a su espalda. A su lado, dos guardias blindados con armadura lo custodiaban con rostros indignados, mientras que delante de ellos, un último hombre que parecía dirigirlos, avanzaba mirando hacia al frente de forma despreocupada.

Habían descendido hasta el decimosexto nivel del edificio, y Trechiv estaba seguro de que lo llevaban directo a una prisión.

—Por tu acento parece que no, intruso —se mofó el líder de los guardias, haciendo una risa nasal.

La multitud de pasos resonaba como una sucesión de toques sobre el metal, que en vez de quebrar el denso ambiente, lo volvía más desesperanzador. Arriba se oían gritos, golpes opacos y aleatorios, los cuales parecían indicar que el infierno se había desatado.

El corredor estaba flanqueado por lámparas amarillentas y brillantes como las que vio antes, irradiando luz en forma de ondas que se expandían desde el centro del artefacto, para luego desaparecer y ser reemplazadas por otras nuevas. El sonido hormigueante de estas era otro factor que trituraba los nervios.

Bajo los pies del grupo que avanzaba por ese pasillo, el suelo se convertía en cuadros de mallas, transparentando las protuberancias serpenteantes que se hallaban entre los techos de los niveles.

A Trechiv le temblaban las piernas. El esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse de pie y no desplomarse era enorme. Sentía que la presión a ratos le ganaría, que subyugaría su voluntad y terminaría por arrojarlo al suelo. Tenía miedo, demasiado. Una cosa era reconocer que todo había acabado para él en un instante, y otra, reflexionar sobre qué le harían antes de darle muerte. Había pasado todo el trayecto cuestionándose sus decisiones, sobre lo que lo motivó a peligrar así.

—Ha habido varias olas migratorias en Veliska, Adgenai, Pekline y Litranev. Los sureños se han dado cuenta de nuestra estabilidad, y desde hace mucho que grupos cruzaron las fronteras para hacer vida acá —el hombre hizo una pausa—. Así que puedes haber crecido aquí, pero eso no quita que tu sangre esté infectada con la gente de Mahuk. Los tipos como tú son un error, deshonran nuestra raza.

Deshonra.

La delicada y única raza velinesa era deshonrada por los hijos que eran una cruza de la misma con otras.

Patético.

Trechiv pensó eso, pero no pudo dar una expresión clara de sus ideas en su propia mente; más bien fue como un pensamiento abstracto, casi espontáneo que tuvo al escuchar las palabras salir de la boca del hombre.

—Aunque deberías alegrarte, porque cuando mueras servirás a la gloria de nuestro rey.

Uno de los soldados que lo restringía chasqueó la lengua. Se giró y arrugando la cara, dijo:

—Estos patanes ni deberían servir para eso. Yo los echaría a todos en una fosa común y los molería hasta que les crujieran los huesos.

Para el joven, los dichos no tuvieron más significado que el miedo que venía arrastrando. Se trataba de simplemente la confirmación de sus suposiciones.

Mamá, papá, Netarim... (¿Alguien más?), no los volvería a ver jamás. El hijo menor de la familia había encontrado su perdición, al igual que el mayor. «¿Qué estoy diciendo?», pensó Trechiv, hallando sorpresiva intriga dentro de sus depresivas emociones. «Acabo de decir, ¿hijo menor?». Entonces, un susurro que había oído antes, pronunció sonidos irreconocibles en su cabeza y se llevó sus ideas.

¿Qué era lo que estaba pensando?

—Ya llegamos —de pronto, la ahogada voz del guardia principal lo devolvió al mundo real, que parecía ser el de las pesadillas ahora mismo.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora