11 | Un día como cualquier otro

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Diecisiete años atrás

La casa era grande. Tenía un amplio espacio donde la familia se reunía a comer: estaba la mesa, cuatro sillas de madera, el lavaplatos, algunos muebles, etc.

Claro que él no era consciente de todo eso. Lo único en que pensaba Trechiv, era que todo le parecía gigante.

Se deslizó con torpeza, gateando debajo de una silla. Allí estaría mejor, era un sitio mucho más pequeño y reconfortante. Lo hacía sentir más seguro.

—¡Trechiv! —exclamó la voz de una mujer—. ¿Dónde te metiste ahora?, ¡Trechiv!

No respondió. Siempre que intentaba explorar la casa, cuando lo encontraban no lo trataban muy bien. Esa persona lo miraba con ojos poco amigables, y decía que acabara con sus juegos.

No lo comprendía por completo, pero había algunas palabras que sí. El "no juegues con las velas" o "mantente apartado de la estufa", eran frases que venían acompañadas por la voz fuerte y autoritaria de mamá.

—¡Klosik, ¿has visto a tu hermano?!

—No. De seguro que anda debajo de las mesas, podría ser.

La última voz sonaba más amistosa. Siempre lo hacía. Provenía de una personita no tan grande como mamá y papá. Trechiv tenía problemas asumiendo cuál era su rol en la familia, ya que no parecía estar allí precisamente para regañarlo.

—Por Dimatervk, tú por lo menos cuando te escapabas eras bullicioso, pero este niño no habla. Se queda callado.

—Sabe que lo retarás. Es inteligente.

La mujer llamada mamá, y que no se despegaba de Trechiv, se acercó a la habitación. Sus pasos eran rápidos e imponían presencia. Ella se agachó, y pudo apreciarlo escondido tras la pata de una silla. El niño estaba echado hacia atrás, listo para gatear por los lados y luego levantarse e intentar correr. Aunque esto último no lo hacía muy bien.

Mamá era una mujer joven, de rostro con rasgos bien definidos. Tenía cabello largo y rubio, brillaba de lo sedoso que era.

Ella al principio lo miró con un rostro endurecido, pero luego se relajó y le ofreció una mirada llena de amabilidad y dulzura.

—¿Qué haces ahí? —preguntó con una pizca de humor. El miedo de Trechiv disminuyó, y comenzó a balbucear.

—Casa. Esta es mi casa.

Mamá pestañeó un poco consternada.

—Pero, ¿por qué siempre en lugares donde no te puedo ver?

El niño vaciló. Su mente estaba conectando las palabras y su sentido. Luego toqueteó su cabello, y trató de estirar una mecha de pelo hasta donde sus ojos podían verla. Trechiv tenía el pelo corto, pero era lo suficientemente largo para que si lo despeinara un poco, lo viera.

—Vamos.Sal de ahí, que si te cae agua caliente no te gustará.

La mujer estiró sus brazos y logró alcanzar al niño. Entonces lo arrastró con cuidado hacia ella, y se levantó llevándoselo hacia otro lugar.

Ahora estaba encima de todo. Trechiv miró hacia abajo y pensó que si mamá lo soltara, la caída sería una experiencia nada agradable. Aunque siempre que lo sostenía, jamás caía. Mamá era fuerte.

Pasaron frente a una ventana. A través de esta (la cual era transparente, pero por alguna razón no podía atravesarla), una masa verde se extendía por todo el cuadro. Habían cosas parecidas a las que tenía su comida, a esas que mamá, papá y Klosik llamaban verduras. Eran especiales eso sí, ya que no eran pequeñas, sino enormes.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora