4 | Proactividad y magnificencia (parte I)

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El día era magnífico. Nubes grises y negras cubrían el cielo, la lluvia golpeando el techo con violencia, como queriendo triturarlo. No había rastro del sol, pero era un día magnífico.

Siempre lo sería mientras eras ella.

—Okey.

Genime abrió su paraguas. Tenía un mango con forma de "u" y un gancho, aparte de ser inmenso. Todo era muy genial.

Dio una pequeña palmada a su vestido negro para limpiar una pelusa. Luego, tras una larga zancada, salió a la calle.

Puede que Dunai no haya tenido idea de cómo hacer su parte, sin embargo, Genime había visualizado bastante bien lo que estaba por hacer.

Por supuesto, estábamos hablando de Genime. Ella podía lograr lo que se propusiera.

—Genime —murmuró para sí misma.

¿Por qué Genime?, ¿acaso los del Monasterio no tenían uno mejor? No era malo, pero Iriadi necesitaba uno a la altura de su verdadero nombre. Aunque no era tan terrible como el de su compañero.

Dunai.

La primera vez que ella lo oyó, casi muere de un ataque de risa.

Incluso en este momento, sus hombros comenzaron a agitarse al recordarlo.

—Dunai. Terunai. Dunai. Terunai. Dunai. Terunai —cantó Iriadi en voz baja, muy divertida.

Mientras avanzaba bajo la lluvia, un destello de luz iluminó la calle durante un tiempo imperceptible. De inmediato, un violento sonido le siguió.

—Ormun debe amarme.

Iriadi no se dejó intimidar por el tormentoso clima que le había tocado. Era su segundo día trabajando por su propia cuenta, y el tercero desde que llegó a la capital velinesa. Mientras ella hacía lo suyo, Dunai investigaría en otro tipo de lugares. Se reunirían en las tardes en el hospedaje.

La tormenta calmó un poco. La lluvia se redujo a una fina llovizna, y un rayo de sol penetró la densa masa gris. Alrededor de Iriadi comenzaron a aparecer colormorfos; pequeñas motas de luz color esmeralda. Tenían formas únicas, como pájaros con patas que parecían ramas, y cabezas extremadamente alargadas. Si de Iriadi hubiera dependido, ella los hubiera bautizado como, "cabezas de martillo".

Los colormorfos la siguieron. Siempre acostumbraban a seguirla, aunque a otras personas también, los muy traicioneros. Solo tenían que seguirla a ella y a nadie más.

Las calles de Terunai lucían vacías, ya que la mayoría de la gente estaba refugiándose bajo sus tiendas o dentro de los edificios. Solo unos pocos valientes caminaban llevando paraguas, y otros locos lo hacían sin nada, dejándose empapar.

El aroma a humedad llenó las narices de Iriadi. Sentía frío, a pesar de llevar un vestido largo y ajustado. Debajo de este portaba ropa más cómoda y delgada, la cual le debería haber proporcionado más calor.

Era lo normal. Siempre había sufrido con el clima helado, pero le gustaba. Al final solo eran detalles menores, no se moriría por entumecerse un poco. Había cosas mucho peores y peligrosas.

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora