5 | Proactividad y magnificencia (parte II)

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La almena le dio la bienvenida a la zona del mirador del castillo real. A sus espaldas, la vista de Terunai se había ampliado enormemente. En el horizonte no se veía más que nubes oscuras, las cuales desaparecían en el límite recto de las murallas exteriores.

Desde ahí sí que parecía que estaban en una masa flotante. Iriadi a veces olvidaba que era una ciudad aérea, ya que era tan extensa, que al estar en zona baja caía en la ilusión de que tal cantidad de terreno solo podía estar conectado al continente.

Avanzó hacia el borde interior de la muralla.

Abajo estaba el patio de armas, el cual poseía sucesiones de arbustos. ¿Y si alguien se ocultara en ellos?, ¿Era el rey Kantier confiado o solo le gustaban los adornos?

También a la derecha parecía haber una capilla. Vitrales adornaban la parte superior de una estructura puntiaguda, la que daba a un ancho pasillo.

En la base del terreno sobresalía el edificio central: las tres torres de muchos pisos, las cuales se iban adelgazando mientras más alto mirabas. La punta era coronada por pináculos, los cuales mantenían en lo alto las flameantes insignias de la monarquía.

El sector interno de las murallas tenía más escaleras zigzagueantes, pero estas bajaban hacia el patio, y en algunos puntos había caminos para llegar a niveles superiores de las torres.

Iriadi descendió poniendo más atención que antes. Dudaba sobre cuál sector explorar. Quería tener una percepción general del área, cosa que sus futuras incursiones fueran progresivas, cada vez adentrándose en zonas más comprometidas del castillo.

Dentro de los muros no había garitas, sino barracones en la base. Por ende, la cantidad de guardias aumentaba considerablemente. El patio era transitado por gente variada, tal vez se trataba de nobles, ya que sus vestimentas ostentaban más lujo que bravura. Ahora que miraba bien, también había sacerdotes tervkianos, envueltos en capas grises y sombreros triangulares dorados.

Oculta detrás de un adarve, Iriadi se acuclilló.

«Aun me queda tiempo», pensó.

Al iniciar su camino como hechicera, era deficiente calculando cuánto margen de Convergencia le quedaba. Con el aprendizaje y la experiencia, se volvió capaz de saber sus límites con solo meditarlo.

«Un cuarto», ese era el consumo del hechizo hasta el momento.

Asumiendo que eso le tomó para ingresar, podía contar con que otro cuarto le bastaría para escapar. Entonces, la mitad del tiempo de invisibilidad podía invertirlo explorando.

Esperó agazapada hasta que un grupo de nobles entró en una de las torres, entonces, avanzó escaleras abajo con sigilo. Sus pies tocaron el nivel inferior, e Iriadi anduvo a través del suelo rocoso. Evitó transitar sobre pasto, ya que sus huellas quedarían reveladas.

El sector bajo de la muralla tenía accesos, sin embargo, no tenía una pasarela como los castillos comunes. El complejo de edificios no contaba con caballos que necesitaran abrirse paso por el frente. El rey Kantier había construido una fortaleza sellada por todos lados. Lo más probable, era que las puertas de la base condujeran a pasillos interiores, y allí la guardia, moviéndose por dentro de los muros, tuviera facilidades para llegar a la cima.

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