34 | La última vez (parte II)

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Por la tarde, ya en casa, el muchacho les explicó lo averiguado a sus padres. Sus reacciones fueron lo que había estado esperando. Papá salió de su indiferencia y maldecía a cada rato, en cambio mamá, caminaba de un lado a otro pensando en una forma de traer a Klosik de vuelta.

—Qanayé, hay que hacer algo. Tengo un mal presentimiento —la mujer se tomó la cabeza dejando salir un afligido suspiro. Papá estaba de manos cruzadas sobre la mesa, bebiendo su tasa de té.

—Eso es lo que estoy intentando —dijo él, resoplando enojado.

La solución fue pedirle al señor Diren uno de sus carruajes y un par de caballos. El hombre no puso inconvenientes cuando Trechiv y su progenitor a la mañana siguiente, le explicaron la situación. El velinés era similar a su hermano Netarim, alto y flacuchento. Aunque por otro lado, su rostro era más hundido y alargado, además de que usaba unos prominentes lentes redondos. Era un hombre de compromisos, cumplía sus palabras a rajatabla. Las condiciones para el préstamo fueron que le devolvieran el vehículo y los animales dentro de tres días.

Así fue como padre e hijo salieron de Risdar ese día nublado, uno donde el viento soplaba con fuerza, espolvoreando los coloridos pul pul brotados en los alrededores del bosque rojo. Era agradable desde esa perspectiva, pero a Trechiv nada le alegraba con lo que estaba pasando.

El carruaje, con ambos sentados en los asientos delanteros arreando los caballos, salió de la llanura y atravesó los cerros que acordonaban la región. El trayecto duró hasta la tarde, momento en que el sol hizo su aparición cuando las nubes abrieron un lugar en el azul solemne. Risdar era extenso, pero luego venían otras localidades que antecedían al destino al que se acercaban. Fue un viaje extenuante, siendo obligados a detenerse cada ciertos tramos, para dejar descansar a los caballos y darles agua de los baldes que habían echado en la cabina de pasajeros. Los animales sorbieron y después relincharon felices.

Verdamontt por fin asomó ante los ojos de Trechiv. Se trataba de un pueblecito situado en un terreno hundido, lo que se le podría llamar un valle, pues un rio cruzaba en plena mitad de la urbe. La sucesión de casas de madera se agrupaban en fila, divididas por calles de tierra erosionada y despojada del verde que estaba en todos los montes aledaños. El bosque envolvía buena parte de Verdamontt a las faldas de los cerros.

El vehículo avanzó sobre sus ruedas, pasando por encima del puente que se elevaba sobre un risco, nada más al llegar. De manera continua, siguieron a lo largo de una calle que se perdía recta al otro lado, donde ya se acababa la población y el bosque comenzaba.

La poca gente que deambulaba por las calles los recibió con ariscas miradas. Buena parte de ellos estaban trabajando, llevando sacos de trigo o tirando carros con frutas y verduras. La mayoría eran adultos, ni tan viejos ni tan jóvenes, y no se veían niños.

Trechiv pensó que el área era linda, pero que su gente no concordaba con eso.

Papá preguntó sobre las tabernas y otro tipo de lugares donde la gente se reunía a beber alcohol, y entonces supieron que habían solo dos, como se había supuesto desde un inicio. Fueron al primero de estos, una taberna de madera barnizada con un gran letrero cincelado que decía: "Las Chicuelas". Allí los atendió un hombre que parecía ser el único que trabajaba en el local, un tipo de bigote (muy extraño tratándose de un velinés) que limpiaba tranquilamente copas y vasos con un paño. Fue difícil, ya que no había cómo diferenciar a Klosik del resto de clientes, pues los rubios eran los más abundantes en Adgenai.

Sin irse satisfechos, fueron al segundo lugar y el que funcionaba con más actividad. Era una taberna de dos pisos con una fachada azul, de una entrada ancha y recubierta con bordes metálicos. Parecía desde un inicio más viva, con varias chicas atendiendo a la creciente clientela de la tarde. Una de las empleadas les dijo que habían llegado varios grupos de jóvenes en los últimos días, pero de eso no dedujeron nada. Entonces, cuando estaban por irse, preguntaron a un grupo de muchachos que chismeaban contentos en una de las mesas. Uno de ellos dijo una cosa interesante:

Crónicas de HayinashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora